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Trabajo infantil y educación

Este grave fenómeno afecta el presente y el futuro de decenas de miles de niños y jóvenes colombianos. Pero entonces, ¿cómo actuar?

Noviembre 13, 2015

De los docentes y de las instituciones eduactivas dependen aspectos fundamentales de la calidad de la educación. Sin embargo, lo que ocurre en los hogares de niños y jóvenes tiene importancia capital. La vinculación de los niños al mercado laboral por necesidad y mandato de sus padres, es uno de esos aspectos, poco estudiados, que reclaman atención prioritaria de parte del Estado y la sociedad civil.

La escena puede ocurrir en cualquier municipio colombiano, pequeño, mediano o grande: niños y jóvenes que asisten a la escuela, tienen la obligación de trabajar varias horas al día. Sea en el campo o en las cabeceras urbanas, el fenómeno de los niños estudiantes que trabajan es demasiado frecuente como para no abordarlo de forma integral. Se carece de diagnósticos precisos y de políticas pertinentes y efectivas.

En un país en el que van de la mano el respeto por el imperio de la ley, por un lado, y las más variadas formas de ilegalidad, por otro, los niños y niñas siguen siendo víctimas de un implacable mundo de adultos, indiferente frente al trabajo infantil y, menos aún, de cara al hecho de la exclusión de aquellos de una educación con estándares mínimos de calidad.

La norma es inocua y la intervención eventual del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF, con alta probabilidad, tiene impacto marginal. (Lea: ¿Es la educación un instrumento para la movilidad social en Colombia?)

El trabajo infantil guarda relación directa con la deserción escolar y en los casos en que los niños consigan no abandonar las instituciones educativas porque logran “combinar” estudio y faena laboral, es obvio que, en la eventualidad de coronar la educación media estarán en condiciones desiguales frente a sus compañeros que gozaron del tiempo para atender su educación, bien para ingresar a la educación superior o desempeñarse laboralmente.

¿Qué puede hacer un docente frente a los casos de niños que después de la jornada escolar deben trabajar en alguna finca cercana al pueblo,  en los semáforos de las ciudades o en lugares concurridos vendiendo tinto o empanadas? Muy poco, cuando es la pobreza la que ordena.  Poco importa si la institución educativa cuenta con bibliotecas o con una aceptable dotación de herramientas digitales: no habrá, sencillamente, tiempo para hacer uso de ellas.

El tema es demasiado complejo. La prohibición legal de inducir al trabajo infantil es burlada, en la mayoría de los casos, por razones de ingreso. En el seno de familias que luchan su vida en el contexto de la informalidad, el trabajo infantil contribuye a la canasta de ingresos de susbsistencia del grupo familiar.

Hay, también, casos no poco frecuentes en las grandes ciudades, en las que verdaderas bandas criminales de adultos trafican con el trabajo infantil y que deben ser implacablemente perseguidas. (Lea: Educación y movilidad social en Colombia)

También se presenta el fenómeo de la atracción del ingreso monetario que genera el espejismo de un poder que le puede inducir al abandono del estudio.
Las soluciones van más allá de las medidas que el Ministerio de Educación Nacional o el ICBF puedan tomar. Sin embargo, un buen primer paso debe ser el de hacer diagnósticos región por región, municipio a municipio, acerca de este grave fenómeno que afecta el presente y el futuro de decenas de miles de niños y jóvenes colombianos y que guarda íntima relación con los factores asociados a la calidad de la educación. Debe ser complementado con mesas de análisis y propuestas de política que conduzcan a la efectiva reducción del trabajo infantil.

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Consultor en educación
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Rubén Darío Cárdenas
Gran Rector Premio Compartir 2016
Concibo al maestro como la encarnación del modelo de ser humano de una sociedad mejor. Él encarna todos los valores que quisiera ver reflejados en una mejor sociedad.