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La clase de arte que se tomó la plaza Samper Mendoza

Una maestra y su grupo de estudiantes llegan a este lugar para plasmar en pequeñas obras de arte a las personas, colores, olores y sabores que allí habitan. 

Octubre 2, 2017

Todos los viernes, la normalidad de la Plaza Samper Mendoza se interrumpe por la visita de un alegre batallón que trae sonrisas y muchas ganas de aprender. Son las niñas y niños del colegio República Bolivariana de Venezuela, que han convertido este histórico lugar de la localidad de Los Mártires, en el salón de clase más cálido, colorido y apasionante de Bogotá.

“Profe, ¿ya vamos a la plaza?”, pregunta Brayan Gómez un inquieto niño de 8 años.

“Sí, pero primero vamos a ver la misión que tenemos para el día de hoy”, responde Margarita María Posada Escobar, la docente que decidió romper las fronteras de la escuela para darle a su clase de arte un nuevo sentido.

“¿Recuerdan cuál es el tema que estamos viendo?”, pregunta María Margarita.

“Pintura abstracta”, contestan al unísono sus 22 estudiantes de 4° de primaria.

Exactamente – dice la profesora -. Hoy vamos a ver el trabajo de Wassily Kandinsky, uno de los primeros pintores de arte abstracto. Miren los fondos, la combinación de colores, las líneas, las figuras geométricas, esto también es una forma de expresar lo que sentimos, ¿se dan cuenta?”.

“Sí, esos son puros ojos en el espacio”, dice Brayan al observar fascinado la pintura ‘Several Circles’ creada por el artista ruso en 1926.

“Exacto, y de eso se trata el arte, chicos: de pensar, inventar y crear mundos posibles. También de sentir y esa es nuestra misión de hoy, vamos a ir a la plaza a hablar con las personas que allí trabajan, nos vamos a fijar en lo que sentimos cuando estemos allá, y al regresar vamos a pintar ese sentimiento, ¿De acuerdo?”.

“¡De acuerdo!”, responden los niños mientras salen en orden del salón para encaminarse a la aventura de ‘Plantarte: experiencias pedagógicas entre yerbas, yerbateros y escuela’, el proyecto que desde hace más de 5 años ha logrado, a través del arte, abrir las puertas de la escuela y generar relaciones de respeto y admiración entre estudiantes, comunidad y campesinos de la plaza Samper Mendoza.

¡Entre arte, yerbas y yerbateros para aprender por montón!

"Siempre nos había llamado la atención la plaza de mercado porque desde que entras en este lugar es una experiencia llena de cultura, sensaciones y sabores. Por eso un día decidí transformar esa fascinación personal en una posibilidad pedagógica y desde entonces no he parado”, recuerda María Margarita mientras se dirige con sus pequeños estudiantes hacia su vecina más antigua.

Ubicados en una misma manzana de la localidad Los Mártires, el colegio República Bolivariana de Venezuela y la Plaza de Mercado Samper Mendoza nacieron casi al mismo tiempo cuando, en 1930, la familia Samper Mendoza decidió donar estos terrenos para construir la escuela, el salón de acción comunal y la plaza de mercado. La plaza se conoció primero por el nombre de Terminal del Tren del Nordeste, pues durante mucho tiempo funcionó como una de las paradas de este ferrocarril a donde solían llegar campesinos de Boyacá cargados de harina, carnes, quesos, cuajadas y gallinas.

Tomado del libro ‘Las Plazas tienen quien las quiera, en el camino de la recuperación de las plazas de mercado de la Bogotá Humana’. Instituto para la Economía Social Ipes 2013.

Desde entonces, es mucha la historia y cientos los cambios que ambos lugares han vivido. La modesta escuelita creció para convertirse en colegio, y la plaza de mercado acogió a todos los vendedores de yerbas que, hacia los años 90, se encontraban distribuidos en diferentes sectores de Bogotá, motivo por el que hoy es reconocida como uno de los principales puntos en la distribución, acopio y venta de yerbas de todo el país.

Es a este lugar donde semanalmente Margarita y sus estudiantes llegan para aprender. Con hoja en mano y sus sentidos bien despiertos, los pequeños se dirigen hacia los puestos en donde montañas verdes de plantas traídas del campo los esperan.

“Buenos días señora, venimos a preguntarle cómo se siente en la plaza de mercado”, le pregunta Camila Hernández a doña Nancy Castellanos, una de las vendedoras de la plaza.

“Yo me siento feliz – responde Nancy, enfundada en su ruana color carmelita-. Me gusta venir acá porque para mí la plaza es como un pedacito del campo en la ciudad. El campo es muy sabio y tiene muchas cosas que le sirven a uno”.

“¿Qué cosas?”, dice Camila.

“Pues todas estas plantas que ves aquí, todas nos sirven para algo. Por ejemplo, esta se llama botón de oro y sirve para la gripa, y esta otra verdecita se llama laurel y sirve para adobar la carne”, dice doña Nancy mientras le regala a Camila una muestra de cada una de las plantas que acaba de mencionar, y otro ‘atadito’ más de yerbabuena, limonaria y manzanilla “para que preparen una aromática bien rica”, agrega la vendedora.

Esta misma escena se repite en todos los toldos donde se encuentran los estudiantes de la República Bolivariana de Venezuela. Los grandes sonríen y responden con paciencia cada una de las preguntas de sus pequeños visitantes, y estos a su vez, llenan sus manos de infinidad de yerbas aromáticas y medicinales que sus interlocutores les regalan como muestra de cariño.

“Nos gusta que vengan porque siempre nos traen mucho cariño, además han hecho cosas muy bonitas para nosotros. Se siente bien que reconozcan y valoren el trabajo de uno”, dice doña Nancy que ha sido testigo de todas las “locuras” que la profe Margarita y sus estudiantes han hecho en la plaza. Como la vez que hicieron allí una exposición de arte con los dibujos hechos por los niños, o el día de brujas que llegaron disfrazados para contarles un cuento que ellos mismos habían escrito.

“Es que la escuela tiene el poder de reivindicar espacios, y creo que eso se ha logrado con esta experiencia porque los niños, además de comprender que se puede aprender en sitios distintos al salón de clase, también han descubierto un lugar que no conocían, que les ha hecho cambiar la mirada que tenían de su barrio, y les ha demostrado que las cosas bonitas no tienen que venir de muy lejos porque en la cotidianidad también se encuentran cosas extraordinarias”, asegura esta inquieta docente de artes.

Tan grande y positiva ha sido la acogida de este proyecto, que los rumores de su existencia llegaron a oídos de diversas entidades que decidieron brindar su apoyo a esta iniciativa escolar. La publicación de un herbario con las plantas que se venden en la Plaza y un mural que se encuentra en las paredes de este lugar pintado entre niños, papitos y vecinos, son algunas de las experiencias que los integrantes de ‘Plantarte’, recuerdan con cariño.

 

Tras más de media hora entre yerbas y yerbateros, el alegre batallón se despide de la plaza entonando el estribillo de la canción que la profesora compuso para ellos: “Colchón de yerbas, luna de manzanilla. Cajón de sorpresas, mi campo en la ciudad”, dice el coro de esta suave melodía que los niños cantan alegres de regreso a su colegio.

Una clase de arte hecha para todos

De nuevo en el salón de clase, la profesora Margarita pregunta a sus estudiantes sobre los hallazgos que hicieron en la plaza de yerbas y de inmediato todos alzan la mano para participar siendo el inquieto Brayan, con una papayuela pipona y amarilla, el que consigue la atención de todos.

“¿Y que sintieron mientras estaban allá?”, indaga la docente.

“Libertad”, “Paz”, “Felicidad”, “Frío”, son algunas de las palabras que se escuchan y a las que la profesora emocionada responde: “¡Muy bien!, entonces ahora vamos a tomar esos sentimientos y los vamos a pintar en esta hoja”.

Rápidamente los vinilos de colores llenan las mesas. Todos parecen estar concentrados en sus dibujos, tararean nuevamente su canción y toman lentamente la aromática que la profe Margarita ha preparado con las yerbas que amablemente les han regalado los campesinos.

Es un ambiente acogedor. Allí, en ese pequeño salón, el agitado ritmo de la ciudad se deja a un lado, y los niños dejan volar su imaginación, se relajan, y se sorprenden de lo que pueden llegar a hacer como Camila, que observa feliz su dibujo compuesto de suaves líneas verdes y puntos amarillos al que bautizó con el nombre de ‘Rayos de la Plaza’.

Es por momentos como estos, por los que la profesora Margarita se convence una vez más de la importancia que tiene el arte en la formación de los niños, pues para ella, este lenguaje no solo tiene la capacidad de potenciar las habilidades artísticas de los pequeños, sino también fortalece la autoestima e incentiva las ganas de aprender.

“En el arte casi ningún niño fracasa porque despierta en ellos la sensación de estar haciendo cosas importantes, y eso es algo maravilloso porque les ayuda a reconocerse como personas con valor, que tienen sentido importancia e identidad, y es por ello que para mí el arte resulta vital en el proceso de formación de cualquier niño”, comenta la profesora Margarita.

El año pasado, este proyecto obtuvo el primer lugar en el Premio a la Investigación e Innovación Educativa y Pedagógica, reconocimiento que llenó a su creadora, la profesora Margarita, de ánimo para seguir adelante con esta innovadora experiencia pedagógica.

“Este premio fue algo maravilloso. Durante 33 años me he esforzado en pensar la escuela diferente, y hasta el momento ninguno de esos ejercicios había tenido eco. Entonces, al ver la acogida que ha tenido ‘Plantarte’, me ha hecho pensar que no todo está perdido, que podemos transformar la escuela así todo el mundo diga lo contrario”, dice sonriente Margarita, quien asegura que, si pudiera devolver el tiempo, volvería a elegir ser maestra.

Al sonar el timbre para cambiar de clase, los niños se entristecen un poco. La profesora Margarita los anima y les recuerda que el próximo viernes se verán nuevamente. Los pequeños sonríen porque saben que dentro de una semana podrán volver al lugar que tantos sentimientos les despierta y que, para ellos, se ha convertido en uno de los espacios favoritos de su barrio. Porque una ciudad educadora, es una Bogotá mejor para todos.

 

Fotografías tomadas de: www.educacionbogota.edu.co

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Irma María Arévalo González
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