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Aquellos que nos cambian la vida para siempre

El consejo oportuno, una lección de vida que inspira y cautiva impactando positivamente en el corazón del alumno. En definitiva hechos provenientes de los profesores y maestros que han sido parte de la vida misma

Mayo 5, 2015

“Entró aquel hombre silencioso, y aristócrata en cada uno de sus gestos, que con palabra mesurada imponía una secreta autoridad. Así evoca Ernesto Sábato el instante preciso en el que hizo presencia en su salón de clase del primer grado de secundaria el profesor al que habría de deberle, años más tarde, su verdadera vocación de escritor.

Como ese, son innumerables los testimonios que surgen de las memorias de los grandes escritores, estadistas, científicos, artistas o magnates, pero también de las de humildes hombres o mujeres, sobre aquellas personas que dejaron en su espíritu una impresión duradera, y a quienes, a lo largo del tiempo, les guardan una honda y silenciosa gratitud.

Ese noble sentimiento se debe a variados y misteriosos hechos —un consejo oportuno, una lección justa, una clase inspirada, una lectura sugerida, un sencillo experimento en un precario laboratorio o una simple actitud que en su momento nos cautivó—, que obran positivamente en nuestro corazón. Hechos que provienen de los profesores y maestros de nuestra vida.

¿Cómo podría olvidar, por ejemplo, las vibrantes clases de historia universal que durante el bachillerato recibí del profesor Efraín Llinás Redondo, que me despertaron la pasión por el estudio de esa disciplina? Fueron sus vívidas descripciones de las guerras del Peloponeso las que me inocularon el interés y la devoción por la historia, que años más tarde me salvarían de perecer en los pasajes inextricables de los códigos y definirían mi vocación académica.

Seguramente, sin tener plena conciencia de ello, aquel profesor poseía el don más importante de todo gran maestro: sabía despertar en sus alumnos la alegría y el deseo de crear y de conocer más. Así, sin saber en qué terreno fértil arrojan una semilla, un día cualquiera nos cambian la vida para siempre.

Es posible que en medio de los avatares del trasegar por la vida y de los múltiples caminos que ella nos depara nos olvidemos por largo tiempo de quiénes fueron nuestros primeros maestros, e incluso pensemos que somos los únicos artífices de nuestro mundo. Pero llega el día sosegado en que reconocemos humildemente que tan sólo hemos sido el alumno aventajado de un maestro perdido en el anonimato del pasado.

Porque el anonimato es quizás una de las características más sobresalientes de todos los grandes maestros, por la sencilla razón de que su entrega a la enseñanza no la inspira nada distinto que la sencilla y desinteresada pasión por el oficio.

Y estoy seguro de que todos nos dimos cuenta de eso en el colegio o en la escuela, lo que no significa, sin embargo, que pasado el tiempo nunca tengamos que rendirles un tributo de admiración y gratitud a su abnegada labor. Por el contrario, si al final del día valoramos su trabajo tenemos el deber de hacérselos saber.

Qué bueno, entonces, que un grupo de colombianos les hagamos un homenaje a nuestros maestros, los inolvidables, los que siempre hemos llevado, y siempre llevaremos, en el corazón. Qué bueno que sepan de nuestra gratitud, que en la distancia del tiempo ellos perduran mediante nuestras obras.

En 1957, el escritor francés Albert Camus recibió de la Academia Sueca el premio Nobel de literatura; pasados los aplausos y los destellos de los flashes, escribió una breve nota dirigida a Germain, su maestro, que condensa el valor y el significado que en nuestras vidas tienen aquellos que un día nos abrieron los ojos, y, quizás sin saberlo, nos animaron a la fiesta de la vida.

He aquí sus hermosas palabras:

 

París, 19 de noviembre de 1957

Querido señor Germain:
Esperé  a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo.

Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continuarán siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.

Lo abrazo con todas mis fuerzas.
Albert Camus.

Esta obra, que publica la Fundación Compartir, contiene cincuenta cartas de un número igual de colombianos que les enviamos a todos nuestros Germain, dondequiera que estén, en agradecimiento por habernos tendido sus manos afectuosas, que nos dieron el impulso inicial, y que habrían de conducirnos al honor de haber sido escogidos para escribir este libro, que está escrito con el corazón.

Gustavo Bell Lemus

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