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Biotecnología: una clase que cambia vidas en Bogotá

Los estudiantes de la jornada nocturna del colegio La Amistad encontraron en esta materia los conocimientos para poner en marcha sus emprendimientos.

Marzo 29, 2016

A las 6 de la tarde, mientras muchos regresan a sus casas después un largo día de trabajo, otros están listos para poner la mente en función del aprendizaje. Este es el caso de los estudiantes de la jornada nocturna del colegio La Amistad, jóvenes y adultos para quienes ni el cansancio ni las distancias que deben recorrer hasta la institución son un impedimento a la hora de alcanzar la meta de convertirse en bachilleres de la educación pública de Bogotá.

Algunos llegaron hasta esta institución educativa de la localidad de Kennedy solamente por conseguir el título. Otros, convencidos de que nunca es tarde para aprender y empezar de nuevo. Eso sí: ni los unos ni los otros imaginaron que, más que lecciones de matemáticas o física, encontrarían allí una verdadera inspiración para transformar sus vidas.

De esto se dieron cuenta en el laboratorio de Biotecnología, con el apoyo de Javier Morales, un maestro convencido de que, así como esta ciencia moderna está revolucionando las aplicaciones con seres vivos, la asignatura que imparte desde hace seis años debe ofrecer las herramientas para cambiar la vida de 120 estudiantes que, por diversas circunstancias, abandonaron la escuela en el pasado y hoy están dispuestos a construir nuevas oportunidades.

Para el profesor Javier este es el objetivo del énfasis de biotecnología, que forma parte del proyecto de Educación Media Fortalecida de la Secretaría de Educación del Distrito. “Se trata de brindar a los estudiantes, además de un conocimiento científico y tecnológico, herramientas que les permitan defenderse en la vida. Eso significa que el conocimiento científico sea útil para que ellos puedan generar ideas de negocio y adquieran capacidades ciudadanas y de convivencia”, explica el maestro.

Un laboratorio de proyectos de vida

Vestidos con batas blancas y luciendo una actitud hermética, propia de investigadores, este grupo de estudiantes, entre los 18 y los 48 años, empieza a emplear las técnicas de biotecnología aplicadas a la agroindustria. Así han comprendido que hasta la elaboración del pan que comemos a diario trae consigo procesos biológicos y químicos que pueden ser la base para tener un negocio propio en el futuro.

Además de los productos de panadería, en el laboratorio también se han analizado y fabricado lácteos, yogures, quesos, arequipes, hamburguesas y chorizos. Aunque a primera vista podría parecer más bien una clase de cocina, basta con escucharlos hablar en términos de fermentación, microorganismos y procesos semi-industriales, para entender la ciencia que se esconde detrás de cada una de las preparaciones.

Así, lejos de ser una clase obligatoria para graduarse, la biotecnología se convirtió en un escenario de inclusión, un espacio en el que, con convicción, el profe Javier Morales logró que la escuela y los conocimientos científicos tomen sentido en la vida de estos jóvenes y adultos.

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