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El maestro de la profesora

El Maestro Darío Echandía cultivó en Martha Seen la capacidad de observar y analizar con agudeza su entorno, dándole otra perspectiva de la, frecuente y abismal, diferencia entre el concepto y la realidad

Mayo 19, 2015

Me acababa de graduar en jurisprudencia y el entonces decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, Jaime Vidal Perdomo, me encargó de asistir al maestro Darío Echandía en la cátedra de constitucional general, de la cual fue titular durante dos años.

Mi primer encuentro con él, alrededor del té con galletas que a las cinco de la tarde su hermana nos obsequiaba, me dejó con la sensación de la más profunda ignorancia. De poco me servía en ese momento el tan honroso título de abogada colegial de honor que otorga el Colegio Mayor del Rosario. Admiraba la sapiencia del maestro, pero a la vez me intimidaba.

Después de anotar sonriente que yo debía ser la profesora más joven del mundo, me preguntó qué íbamos a enseñar esa semana.  “La soberanía del pueblo y la soberanía de la nación”, le respondí. “¿Y usted para qué enseña eso si eso no existe?” dijo con vehemencia, y a través de los gruesos cristales de sus lentes me clavó una mirada entre indignada y divertida. Atemorizada y sin respuesta, me alié con el silencio para concentrarme en las filosóficas explicaciones con las que afirmaba sus argumentos.

En otra ocasión, al preguntarme lo que íbamos a enseñar, le respondí, convencida de la importancia del tema: “La democracia.” “¿Qué definición le gusta profesora?”, preguntó.  Y con seguridad dije: “La de Lincoln: El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. “Esa sí que funciona en Colombia -agregó con socarrona voz-, porque entre nosotros la democracia es el gobierno de los ignorantes, por los ignorantes y para los ignorantes.” Divertido con mi expresión de sorpresa, cambió el gesto y lleno de reflexiones, trasladó su pensamiento a Grecia, desde donde recorrió la historia de la civilización de Occidente y compuso durante tres horas una magnífica sinfonía sobre el tema.

Sí, el maestro Echandía era en verdad un gran maestro que enseñaba a pensar.  Su ética de docente era tal, que uno de esos jueves, después de la rutina del té, cuando timbró el teléfono y su hermana, a pesar de la instrucción de no interrumpir, tocó a la puerta para decirle que lo llamaba el presidente, que necesitaba hablar con él -y era en efecto el de la república, el constitucionalista Alfonso López Michelsen-, le repuso para mi sorpresa: “Dígale que estoy preparando clase con la profesora y que cuando acabe lo llamo”. La puerta se cerró y él continuó como si nada. Esa era la dimensión del maestro: primero las reflexiones de su cátedra y luego todo lo demás. Esto llevó a que algunos lo tildaran algunos de irreverente. ¡Gracias, maestro!

 

Martha Senn

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