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En Jarabacoa, ‘mi gran escuela’
La experiencia de Emperatriz Montes Ovalles, nominada al Premio Compartir, y su recorrido por República Dominicana gracias a la Fundación SM y el galardón de la Fundación Compartir.
Hace poco menos de un mes tuve la fortuna de conocer República Dominicana, un país que, a diferencia de lo que todos pensaríamos, es más que playa, brisa y mar. República Dominicana es aventura, naturaleza, aire puro y fresco. República Dominicana es tranquilidad, es paz, es aprendizaje, es reflexión.
Este sentir, gracias a la Fundación SM en el Programa Líderes Transformadores de la Educación, quien como regalo de la vida hace la invitación en el marco del encuentro programa Líderes Transformadores de la Educación a realizarse en JARABACOA -Hotel Gran Jimenoa. Lugar, mágico, hermoso, escondido en una de las cuatro cordilleras del país; exorbitante para quienes creíamos visitar unas Isla en el Caribe. En Colombia dado el paisaje se pensaría, estábamos en los Santanderes o Boyacá por su topografía y clima.
Allí, en el Gran Jimenoa, lugar dispuesto por la Fundación SM para nuestro encuentro como Líderes Transformadores de la Educación, nos encontramos 25 personas totalmente desconocidas, inquietas por aprender y conocer, en representación de 10 países Iberoamericanos, España, México, Puerto Rico, Colombia, Ecuador, Perú, Brasil, Chile, Argentina y por su puesto nuestros anfitriones.
Estando allí, a diferencia de lo que esperaba, experimenté el encuentro conmigo misma, con mis miedos y mis sueños.
Por todo esto, a mi llegada de República Dominicana, me preguntaba ¿Qué pasó allá? ¿Para qué ese encuentro en mi vida?, ¿Qué significó?, ¿Cuál era el propósito de esta “secta” -como jocosamente se le llamó- además de conocernos? Y hoy me atreví a escribir pensando en todos esos interrogantes, pensando también que cada vez que me preguntaban sobre que hicieron o que aprendieron las respuestas no estaban directamente relacionadas con las preguntas, sino en cómo era el lugar evadiendo internamente, preguntas que no podía responder directamente; sentía en esos momentos que hicimos mucho, pero no sabía explicarlo y más que contar que aprendí, pensaba que lo que hice todo el tiempo, fue desaprender.
En este momento, después de tres semanas de recordar y repensar una y otra vez el viaje, empiezo a encontrarle sentido a lo vivido, en especial a reencontrarme a reconocer que si bien todos teníamos un vínculo con la educación en cada uno de nuestras regiones, el compromiso principal es conmigo y en mi país, con la educación, en especial con la educación rural.
Cada uno de los participantes del encuentro tendríamos algo muy especial, que no había dimensionado, la responsabilidad que asumimos y sentimos con la educación; dice el refrán, una sola golondrina no hace verano, pero con una sola golondrina se empieza una bandada para lograr el verano esperado después de un largo invierno. Así me siento como participante del encuentro Líderes Transformadores de la Educación, como una golondrina reencontrándose con su bandada para lograr el verano, cálido y placentero que produce el trabajo en la educación. Sector en el que el esfuerzo se evidencia en largo alcance, pero la satisfacción empieza a sentirse y disfrutarse desde el primer día, en cada aula, en cada colegio, en la comunidad, junto a otros que, como nosotros, creemos que el cambio sí es posible, y empieza con la educación, sobre todo empieza conmigo, en mí.
Hoy comprendo que soy agente transformadora de la educación, que mi trabajo y dedicación contribuye con la transformación de nuestras realidades, que no debo esperar a que seamos todos o muchos para empezar; el cambio inicia en mí y lo puedo irradiar si así lo siento, y como una golondrina en una gran bandada, puedo lograr a que empiece a brillar con más fuerza el sol, en ese esperado verano.
Con sentimientos de nostalgia y alegría, recuerdo nuestros días en el “Gran Jimenoa”; los amaneceres y atardeceres con la biodanza de nuestra profesora Marcela, los reencuentros en el comedor, con todos y cada uno de los participantes, lugar en el que conocimos culturas, vidas experiencias y nuestro gran salón, salón de la reflexión, del reencuentro, del aprender con el desaprender; maravillosa experiencia, privilegiada por haber llegado a un lugar tan bonito, pero sobre todo de haber podido tener la fortuna de conocer gente tan especial , que me ayudaran a comprenderme, a asumir los nuevos retos que me esperaban con mayor tranquilidad y con la convicción de que todo, absolutamente todo lo que se haga en educación, por pequeño que parezca, logra grandes cambios y conmigo empiezan.
Descubrí que somos más que proyectos, somos sentires en busca de transformaciones continuas. Somos seres cargados de emociones que sin sospecharlo nos limitan, pero a la vez nos empujan a la marcha. Descubrí, además, que las ganas y los sueños pueden más que los miedos y que estos a su vez nos transforman y nos conducen por caminos sorprendentes que al final se convierten en gratificaciones. El miedo nos adapta.
Sólo si me reconozco, valoro y comprendo, puedo ser y estar en el mundo con mis sentires y actuaciones, sólo así contribuyo en la transformación de propósitos personales y colectivos.
No podemos esperar que se transforme el mundo si nosotros no lo hacemos.
Entonces, ¿qué me traje de República Dominicana?... Además de reconocerme sin temores, 31 nuevos amigos más, de quienes estoy segura, seguiré aprendiendo.
Imagen www.granjimenoahotel.com
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