Usted está aquí
Gracias, María Stella
Caminitos de libros al alcance de de los bebés, de los niños, de los grandes. La historia de amor entre Yolanda Reyes y la escritura fue marcada por su padre y su maestra María Stella
“Lee todo lo que te caiga en las manos; así vas formando tu criterio”, me dijo con indulgencia mi papá, cuando le mostré la novela de Françoise Sagan que devoraba en esos días. Los libros para niños habían quedado atrás y recurríamos a “esas novelitas”, como tú las llamaste, que circulaban de mano en mano. No sé si te acuerdas, María Stella: en un recreo, nos preguntaste qué estábamos leyendo y te mostramos Sybil. Para tu tranquilidad, olvidé el nombre de su autora, pero me acuerdo de tu frase displicente: “Ah, esas novelitas”, dijiste, y nos bajaste las ínfulas de lectoras experimentadas.
Nuestro curso compartía un virus que nos instaba a buscar en “esas novelitas” los secretos de la vida. Para decirlo con sinceridad, nos interesaban, los misterios del sexo y del amor, no la literatura. Tú supiste leernos: partiste de nuestro deseo y de nuestras preguntas, pero en lugar de ser complaciente –cosa que jamás valoran los alumnos, aunque aseguren lo contrario– nos guiaste más allá de lo obvio. Pienso en El extranjero, de Albert Camus, que “nos diste a leer”. Veo ese ejemplar, tan delgado frente a los mamotretos del recreo, y evoco su lenguaje escueto y el resplandor del sol y la indiferencia ante la muerte de la madre, y vuelvo a sentir esa abrumadora falta de sentido. Me entregaste –ya no hablo de nosotras, sino de mí– nada menos que a los existencialistas, en un colegio de niñas y de monjas, y me llevaste de regreso a la biblioteca de mi padre. De su mano y de la tuya devoré a Gide, a Hesse, a Kafka; seguí con el boom latinoamericano y no paré nunca de leer.
Yo me limito a hacer lo que me enseñaste: armo caminitos de libros y los pongo al alcance de los bebés, de los niños, de los grandes. Y aunque el punto de partida, como sabes, es el propio deseo, intento ofrecer lo que ni el mismo lector sospecha que necesita. Disculpa si olvidé títulos y clases; disculpa si no recuerdo tu apellido. Para tu consuelo, muchos niños tampoco me reconocen cuando los encuentro, unos años después de haber compartido tantos libros durante su tiempo de crecer. Pero yo sé, por experiencia, que ellos recuerdan, en el sentido existencial de la palabra, esa “revelación” que es descubrir cómo la literatura nos descifra; cómo nos dice lo que no sabemos o no entendemos o no queremos aceptar. Esa lección no se me olvida, María Stella.
Yolanda Reyes
- 45 lecturas