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La maestra que soy

 La danza y la verdadera educación como medios liberadores y puntos de autodescubrimiento.

Agosto 21, 2013

Hago memoria para buscar en mi propia historia algunas respuestas. Me transporto entonces a mis cinco años cuando mi cuerpo era todo: goce, libertad, exploración, refugio, desafío. Sí, con mi cuerpo, desafiaba la realidad a través de la música y la danza. Mientras mis padres hacían mil piruetas para conseguir los recursos necesarios que requerían los  tratamientos médicos de mis dos hermanos (una niña con retardo mental y un bebé de escasos meses con problemas respiratorios), yo me encargaba de ellos y los ponía como público de los fantásticos musicales que les inventaba, en los cuales mi papel era, obviamente, el de estrella central. Lo recuerdo nítidamente, bailaba, corría, cantaba, daba giros, hacía cuanta pirueta pudiera imitar e incluso inventar.

Así  pasó  mi  infancia y poco a poco llegó la adolescencia. Amargos momentos en un colegio religioso y femenino vienen a mi mente. Quienes éramos diferentes por recursos económicos, situaciones de salud, condición sexual o simplemente porque éramos calladas, como en mi caso, no existíamos. Para religiosas y docentes solo eran estudiantes suyas aquellas que cumplían académicamente con lo que estipulaban como “excelente”, o las que, aunque su rendimiento no era bueno, tenían un sentido del humor y una facilidad de socializar arrolladoras. Las demás simplemente no existíamos a menos que se tratara de señalar un defecto. Recuerdo perfectamente a la profesora Patricia: inspiraba miedo y más de una vez frente a todas mis compañeras me dijo que yo lucía pusilánime. De cuando en vez se hacían las llamadas “convivencias” para supuestamente trabajar a favor de las relaciones de grupo y entonces paradójicamente nos nombraban como “las rechazadas”. En ocasiones lograba destacarme en una que otra actividad, pero mi esfuerzo era enorme, no era feliz.

"Soy una maestra que a través de la danza me sumerjo en la subjetividad de mis estudiantes y les ayudo a empoderarse de su cuerpo y de su ser, independientemente de su contexto. Soy una maestra feliz de haberme reconciliado con mi cuerpo".

En el colegio sonreía muy poco,  intentaba ser como los camaleones acomodándome según el grupo que me acogiera y mi cuerpo se encorvaba, se volvía transparente, no existía. No era yo totalmente. En casa era distinto: mi cuerpo se erguía, era visible, suelto. El momento más anhelado era el reencuentro con mis hermanos, eso era lo mejor del mundo. Pero pronto el destino marcó un cambio en mi vida. Pese a todos los esfuerzos de mis padres, mi hermano falleció y con él se fueron mis sueños, mi danza. Enfrenté mil guerras internas, mil tristezas. Él y yo éramos uno, él era mi único amigo, el único que me veía poderosa, así que decidí enterrarme con él y olvidarme de mi ser. Me divorcié de mi cuerpo, olvidé la danza, entregué las armas y le otorgué a terceros el poder de decidir sobre mi futuro.

Inicié una licenciatura en Informática por atender las recomendaciones de quienes decían que debía elegir algo práctico que sirviera en la vida. No recuerdo haberla escogido, pero tampoco recuerdo haber dicho que no. Bien dicen que cada quien construye su destino y yo le cedí el derecho a otros de elegir por mí.

Sin embargo fue ahí, en medio de una carrera universitaria que ponía kilómetros entre mi pasión y yo, donde comenzó mi catarsis. Me embaracé y empecé a descubrir en mí movimientos, formas y expresiones que jamás había encontrado. Fue en mi gravidez donde mi cuerpo y yo nos reconciliamos, fue en ese proceso hermoso en el que decidí prometerle que lo liberaría.

Como un aviso del destino, y sin ningún título en danza, sino simplemente como normalista y próxima a terminar mi tesis para recibirme como licenciada en Informática, logré a través de un concurso ingresar a la planta docente de la Secretaría de Educación, como docente de aula de primaria. Cuando llegué al colegio para el cual fui nombrada, me encontré con que no había vacante y que la única plaza era para docente de danza en primaria, ¡y me la ofrecieron! Agradezco a Gonzalo Riaño, coordinador de Primaria en aquella institución, que creyó en mí y me estimuló a retomar el rumbo de mi vida.

Mágicamente mi cuerpo empezó a recordar lo vivido tanto en el espacio de libertad que era mi casa como en las clases de danza clásica a las que asistí durante toda mi infancia. Di rienda suelta a mis ideas y empecé entonces a explorar estrategias que motivaran al educando a expresar con el cuerpo sus sentimientos. Durante largas horas preparaba mis clases y empecé a sentirme muy feliz. Finalicé mis estudios de licenciatura y decidí retomar mi camino para devolverle a mi cuerpo todo lo que le había negado. Mi cuerpo se convirtió en mi liberación, mi soporte, mi cómplice, mi refugio, y la danza era la palabra que él necesitaba para expresarse.

Con el propósito claro de redescubrir mi cuerpo y liberarlo, pero a la vez contar con herramientas para cualificar mi trabajo en el aula desde la perspectiva artística, me especialicé en educación artística en la Universidad del Bosque y simultáneamente ingresé a clases de ballet le para recordarle a mi cuerpo lo que era danzar. El ballet sigue un esquema riguroso y cien por  ciento configurador del cuerpo y sus movimientos.  La  elasticidad,  la postura, la elegancia y la belleza que se escondían en mi cuerpo salieron a flote y empezaron a reflejar en el espejo del aula a una mujer  hermosa, segura y fuerte. Fue una imagen que se quedó grabada para siempre en mi mente y gracias a la cual sentí que podía enfrentar cualquier reto.

Una vez finalicé la especialización busqué ayuda en profesionales de la danza para que me ilustraran acerca del mejor espacio para desarrollar procesos que se salieran un poco de la configuración y le permitieran al cuerpo movimientos espontáneos, que se  alimentaran de la técnica del ballet y a la vez recrearan el lenguaje del alma. Entonces descubrí la Academia Superior de Artes de Bogotá (ASAB). Para ese momento tenía ya 24 años y temía no me recibieran, pero las ganas eran muchas y  apliqué  para  los cursos preparatorios que se impartían en las noches, horario que me resultaba apropiado, pues debía trabajar y ver de mi hija.

Dos años después la Secretaría de Educación dispuso que por ser especialista en Artes, estaba en la capacidad de iniciar el proceso de danza en el Colegio Magdalena Ortega de Nariño de Bogotá. Al ser este un contexto totalmente diferente, dirigido a secundaria y con una población femenina, se requería una estrategia más madura sin permiso de improvisación.

Aunque la danza era mi camino de catarsis y liberación, necesitaría muchas herramientas para convertirla  dentro del aula en un proceso que llevase a una estudiante a identificarse dentro de sí. No quería ser la réplica de aquellos maestros que tanto critiqué en mi adolescencia, pero tampoco quería convertir mis clases en una cátedra lúdica, fácil y subestimada.

Así, con la cabeza llena de preguntas y pocas respuestas, con la incertidumbre del camino correcto para lograrlo, pero con la claridad de lo que deseaba obtener al final del proceso nació el proyecto, “Desarrollo de la corporalidad a través de la danza” , en una institución que me acogió y confió en mí para dirigir su cátedra de danza en la jornada de la tarde.

 

Paso a paso en el IED Magdalena Ortega de Nariño

La llegada de la danza en enero de 2002 generó gran controversia institucional. Las expectativas de estudiantes, directivas, padres de familia y docentes apuntaban a una cátedra de danza tradicional, en la que la lúdica se traduciría en un espacio de límites disciplinarios más amplios que  las  demás asignaturas.

Cuando se iniciaron las clases de danza con un reglamento específico en el que se configuraban no solo las horas de llegada y las horas de salida, sino el vestuario de todas las estudiantes, el peinado y la postura, entre otros, la comunidad empezó a poner sus ojos en el desarrollo de cada una de las clases. Entonces también generó sorpresa el hecho de que la clase involucraba  ejercicios de expresión corporal, rutinas de ballet, de yoga y de danza contemporánea. El desconcierto era total.

Con las chicas la cosa era distinta. Rápidamente sus oídos y sus cuerpos se acostumbraron a ritmos nuevos; entrelazamos cumbias, bambucos y mapalés, con adagios de Vivaldi, sinfonías de Beethoven y con la nostalgia del Réquiem de Mozart. A su vez, siempre había espacio para la música urbana, pero también “momentos de limpieza” como llamamos al silencio, que bien administrado puede ser un buen acompañamiento para la danza.
 
Esta innovación despertó en un grupo de estudiantes el deseo de trabajar espacios extraclase  para  practicar  nuevas  rutinas  y  fortalecer  sus  habilidades  físicas  a  través  del movimiento. Dicho grupo mostraba una  actitud de motivación mayor a la de toda la comunidad, su deseo de hacer danza era constante, para lo cual sacrificaban no solamente sus espacios de descanso, sino que se hizo necesario organizar ensayos y prácticas los días sábados en la mañana. Como resultado de estas prácticas iniciales hicimos un montaje para la conmemoración del Día de la Mujer. Esto, que empezó como un juego de creaciones personales posteriores a un análisis del significado de la palabra mujer, finalizó con una hermosa obra de arte que presentamos en el Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán en reconocimiento a la calidad de su puesta en escena, y máxime cuando no éramos una compañía de danza sino un grupo escolar.

Cuando observé a cada una de mis siete niñas del grupo piloto en ese escenario, simplemente lloré de emoción y de alegría. Una vez allí la historia de cada una se transformaba y aparecían como nuevas, y con negrilla las palabras “valor” y “poder”. Las vi grandes, hermosas, y ellas así se sintieron.

Dicho reconocimiento además de engrandecerme frente a mi labor, me permitió descubrir que la danza es un hermoso camino con muchas ramificaciones y que mi destino en ella era a través de la enseñanza. Sabía que no debía olvidar mi experiencia y mi dolor, sabía que debía superarlo y empoderarme de él para ayudar a todas aquellas estudiantes, que mi labor se extendía a un grupo de 500 niñas que necesitaban reconocerse a través del cuerpo, dejar de poseer cuerpo y pasar a “ser” cuerpo.

Decidí entonces organizar un programa curricular para el desarrollo de la cátedra de danza el cual se enfoca no solo en el desarrollo de habilidades físicas, sino también en la búsqueda del autorreconocimiento corporal, en la indagación a través de los sentidos y  en la exploración de subjetividades. La configuración corporal pasó de ser una dinámica jerarquizante dentro del proceso educativo, a convertirse en una estrategia para que la estudiante identifique su cuerpo, sus posibilidades y sus límites y de ahí reúna los elementos necesarios para entablar un diálogo escénico, un enfrentamiento con el público, pero sobre todo un discurso que sale de su interior.

Hoy he evolucionado, mi fe en el cuerpo continúa intacta, pero mi fe en mi labor ha crecido y trascendido. En mis clases la caricia de ellas hacia ellas mismas es importante, la palabra hermosa es relevante y el reconocimiento de todas mis estudiantes es primordial. Pese a existir un grupo piloto, en el proceso de la clase de danza todas deben participar y deben hacerlo reconociéndose a sí mismas a través de su cuerpo. Todas mis estudiantes son hermosas, todas poseen características diferentes y posibilidades diferentes, va en mí como maestra, poder reconocer cuándo cada una de ellas entrega toda su fuerza en clase, independientemente del nivel de su técnica.

No soy maestra de danza para formar bailarinas, soy una maestra que a través de la danza me sumerjo en la subjetividad de mis estudiantes y les ayudo a empoderarse de su cuerpo y de su ser, independientemente de su contexto. Soy una maestra feliz de haberme reconciliado con mi cuerpo.

No he llegado sola adonde estoy: me he alimentado de la fe eterna de mi madre, de su ejemplo, de su fortaleza y de su ser maestra. También me acompañan y me nutren la alegría de mi hija, las palabras de mi padre y la confianza de quienes a lo largo de estos 11 años han transitado por el Magdalena Ortega de Nariño y se han dejado tocar por la danza.

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Gustavo González Palencia
Gran Maestro Premio Compartir 2008
ogré incentivar en niños y jóvenes el gusto por la música y la ejecución de instrumentos musicales.