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La Participación Estudiantil como práctica de formación ciudadana

La elección de los Representantes Estudiantiles es una experiencia formativa donde se visibiliza el desarrollo del pensamiento crítico, la toma de decisiones y el ejercicio de la ciudadanía.

Febrero 4, 2020

“Una de mis Propuestas de gobierno es hablar con el Rector y Coordinador para que puedan bajarle los precios a los productos de la Caseta Escolar” - Estudiante de 7° IE Julio Pérez Ferrero

En esta expresión se percibe sentido de la protesta, inconformidad e intención de querer el bien común, sensaciones surgidas del pensamiento crítico capaz de interpretar la realidad y proponer acciones para transformarla.

La elección de los Representantes Estudiantiles es una de las interesantes experiencias formativas donde se visibiliza el desarrollo del pensamiento crítico, la toma de decisiones y el ejercicio de la ciudadanía. Esta experiencia que viven los colegios es una herramienta cognitiva que suscita mediaciones culturales de aprendizaje profundo en los estudiantes (Vygotski).

El contexto de la experiencia es la IE Julio Pérez Ferrero de Cúcuta. Esta consiste en invitar a los estudiantes de cada curso a organizarse en subgrupos o comunidades de indagación y comprensión, discutir y elegir a un compañero para aspirar a la representación de aula, elaborar juntos una propuesta de gobierno orientada a la mejora del ambiente de aprendizaje, lo que posibilita así el ejercicio de mediación entre pares y −desde una actitud fenomenológica− fomenta la exploración, indagación y discusión de las necesidades y expectativas de los escolares.

Lea: Escuela de ciudadanía y pensamiento crítico: 75 años de historia

Quien entiende el currículo como el conjunto de experiencias de aprendizaje orientadas a la formación de ciudadanos, críticos y responsables, reconoce en esta actividad escolar la puesta en juego del desarrollo de capacidades: interesar al estudiante en la resolución de problemas propios del aula y motivarlo a tomar decisiones informadas desde la escucha y el debate que proponen sus compañeros.

Sin embargo, en el camino aún se perciben creencias y posturas sobre el currículo, donde predominan recetas y trasplantes (preocupación por cursos de entrenamiento, de control de conductas o de entretenimiento) de fórmulas inadecuadas e incapaces de crear proyectos autónomos. El sofisma de no “perder clases” en la realización de este tipo de actividades parece, dado que sólo interesa la búsqueda de resultados en pruebas estandarizadas.  

Para John Dewey, pensar es darle vueltas a un tema o problema en la cabeza y tomárselo en serio con todas sus consecuencias. Esta experiencia de participación escolar es una acto de  reflexión donde el estudiante es desafiado a proponer un programa fundado en  ideas. En otras palabras, significa que además de interesar al estudiante en los problemas y necesidades del aula, se promueve su pensamiento crítico y creativo, su disposición ética hacia lo justo y la solidaridad y se prepara para tomar decisiones fundamentadas en criterios.

Lea: John Dewey (1859-1952)

Cuando se abren espacios para el diálogo en la institución, emergen reflexiones como la del estudiante de 7° grado, capaz de generar controversia, rupturas e inconformidades. El estudiante asume la toma de conciencia al arriesgarse y tener otra mirada frente a la realidad. Así, se conduce al ejercicio de la crítica, a través de la expresión de insatisfacciones personales y comunitarias.

Un currículo en este contexto de experiencias moviliza la dialéctica expuesta por Paulo Freire (1977), quien en ‘La Educación como Práctica de la Libertad’ propone la superación de la conciencia intransitiva, esa incapacidad de compromiso del hombre con su propia existencia, hacia la transitividad donde amplía el poder de captación y de respuesta a las cuestiones de su mundo y de su capacidad de diálogo con los otros.

Vea: Paulo Freire: pedagogía del diálogo

La transitividad de la conciencia puede ser “ingenua” donde hay contradicción social. Aún se mueve en los límites del conformismo, la indiferencia, el actuar fanático y gregario, adoptando interpretaciones simplificadoras y fabulosas para los fenómenos. Ella es incapaz de pensamiento autónomo y su argumentación, es frágil porque no se arriesga a investigar las causas verdaderas y por ello no es capaz de aventurarse en la dirección del cambio. Es el tipo de conciencia dependiente, que transfiere la responsabilidad de la solución de los problemas a los otros. Imagina que el pasado fue mejor que el presente.

Sin embargo, la conciencia transitiva puede elevarse a la condición de “crítica”, un estado caracterizado por el pensar autónomo y comprometido, responsable de sus actos y receptivo frente a lo nuevo. Mientras más crítica, más democrática y dialógica es la conciencia.

La conciencia transitiva crítica reemplaza las explicaciones mágicas y en su lugar adopta principios y relaciones causales para interpretar la realidad. El proceso de tránsito hacia la conciencia crítica desarrolla la capacidad de pensar, de deliberar, de decidir y tomar opciones conscientes de acción y de transformación social, económica, cultural y ética, acompañado de un trabajo dialógico y democrático. Alcanzar este nivel de conciencia crítica implica incorporar el conocido “no tragar entero” y saber leer el contexto de la realidad que se vive.

 


Imagen Element5 Digital from Pexels

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Irma María Arévalo González
Gran Maestro Premio Compartir 2002
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