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Notas musicales para acallar las ráfagas en Toribío

El profesor Edinson López ha trabajado para que los niños en este municipio de Cauca escuchen más las tonadas de una trompeta, que los misiles de la guerrilla.

Octubre 27, 2015

En medio de las montañas que adornan al nororiente del Cauca, está ubicado el pueblo de Toribío. Allí, a 1.800 metros sobre el nivel del mar, se encuentra a simple vista la Escuela de Música, un pequeño centro educativo apoyado por el Plan Nacional de Música para la Convivencia, programa abanderado por el Ministerio de Cultura.

En este pequeño colegio está Edinson Fernando López, director, profesor y guía de los niños y jóvenes que tienen edades entre los 8 y 17 años. Alumnos que nacieron con un buen oído, pues desde el vientre de su madre escuchaban las ráfagas de los fusiles.

Edinson, con sus ojos verdes, mira con desazón hacia el horizonte y recuerda el segundo día de clases en este claustro, cuando una alumna le entregó un dibujo de balas y helicópteros como resultado de una tarea: mostrar qué veían desde su ventana.

Y en ese momento entendió que su trabajo no era enseñarles a sus alumnos a leer la gramática musical sobre un pentagrama o a conocer cómo cambiar de una corchea a una semifusa en un fagot. Esto, a la larga, era sencillo.

El verdadero trabajo de Edinson Fernando López está en hacer olvidar a los niños la realidad que los envuelve. Su trabajo es lograr que pasillos, bambucos y guabinas hagan olvidar los sonidos de la guerra.

“Acá, en Toribío, vivir y morir es el cara y sello de una misma cosa, me las he maquinado para conseguir que las 3 generaciones que han pasado ya por la escuela, trasformen la música en una necesidad. A fin de cuentas, para eso son los sonidos, para salvarse del extravío”, argumenta López.

Sin embargo, las tonadas de tristeza también se han escuchado en su escuela. Uno de los intérpretes de estos sonidos oscuros fue Frank. Hace un par de meses, Frank era el clarinetista de la orquesta, pero dejó su instrumento guardado para engrosas la cifra más triste que maneja el docente: entre el 10 % y el 15 % de los alumnos que recibe cada año, deben abandonar la escuela, pues sus familias se desplazan a raíz de la violencia.

“Cuando eso ocurre se siente una enorme incapacidad. Es una lucha disímil con la guerra. Ellos tienen armas que atemorizan y yo solo tengo instrumentos de vientos y cuerdas para hacer felices a estos menores. ¿Qué puedo hacer frente a una mamá que me dice: ‘¡profe, no aguanto más!?’ Solamente desearles suerte y ver cómo mi alumno se despide de la música, quizá para siempre”, ñarra el profesor.

Por ahora, mientras esa realidad abofetea sus días, el profesor resiste. No pronuncia queja alguna. Propone. Propone y continúa proponiendo. Hace 3 años solicitó ayuda para fundar una escuela similar en San Francisco, un resguardo indígena de la zona, pero no tuvo eco. No se detuvo. Armado con flautas improvisadas con tubos de PVC, fabricadas por él mismo, llegó hasta allá para seguir seduciendo con música. Pronto, una decena de niños salieron de entre las ramas, bajaron de los árboles y dejaron sus escondites para acudir al llamado de las tonadas.

Quizá ‘el profe’, como le dicen sus alumnos, ha hecho de su oficio una forma de rebeldía. Ignora con conciencia la dureza de la realidad y habla de sueños: el más grande que tiene, paradójicamente, no lo deja dormir: quiere conformar una orquesta de 200 niños músicos.

“¿Se imagina a todos esos pelados tocando al tiempo?”... Un sueño que con empuje, dice, lo logrará. A este caucano no le importa que lleve algún tiempo sin recibir salario o que su contrato por prestación de servicios sea inestable como caminar por el pueblo en la noche. Llegará aquella fecha en la cual sus alumnos dibujarán trompetas en lugar de fusiles. Ese día, las tonadas musicales acallaran las ráfagas de fusil.

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Rubén Darío Cárdenas
Gran Rector Premio Compartir 2016
Concibo al maestro como la encarnación del modelo de ser humano de una sociedad mejor. Él encarna todos los valores que quisiera ver reflejados en una mejor sociedad.