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Lois Althusser, más allá de las ideologías

La llamada ideología no es más que el velo inmaterial que nos impide ver la ficción en el marco de la realidad misma. 

Agosto 30, 2017

Nacido en 1918, un año después de la Revolución Rusa, Louis Althusser retornará a Marx como en su momento lo hizo también Jacques Lacan, con respecto, por supuesto, a Sigmund Freud.

Los bolcheviques derrocaron por la fuerza al régimen zarista, y permitieron la entrada al poder de esa falange del partido obrero social-demócrata, con Lenin a la cabeza. Junto a Lacan (el gran Robespierre del deseo inconsciente), así como con Claude Levi-Strauss, Roland Barthes y Michel Foucault, se tildó a Althusser de estructuralista, denominación que cada uno de los implicados rechazó, es bien sabido, por tratarse de una rotulación proveniente más de un rebaño de críticos externos que de ellos mismos, carentes de toda intención grupal o creadora de escuelas.

Preso de guerra en 1940, Louis Althusser debió encontrarse con sus primeros brotes psicóticos bajo los Stalag de Schleswig. Su llamada locura no fue causa de la Segunda Gran Debacle, ésta simplemente ayudó a potenciarla.

Tras la liberación, en 1945, es la guerra del pensamiento la que lo apresa, y así, encuentra en Spinoza y en Marx sus nuevos captores. Su lectura de Karl Marx, lejos de ser una lectura marxista, re-inventa los conceptos del autor de El Capital, permitiéndole la respiración en los tiempos actuales.

Es verdad, al decir de Vincent Descombes, que la gran rebelión de mayo a julio de 1968, fue llevada a cabo por los lectores de Althusser, más que por los de Marcuse, cuya Razón y Revolución fue empero el Stimmung del momento. Afortunadamente vino también el retorno de Baruch Spinoza para oxigenar todo eso.

Pues si bien la obra de Herbert Marcuse es un luminoso y arrojado parapeto en períodos de mendicidad bélica, son los tiempos de Para leer el Capital los que incendiaron los adoquines de la inteligencia. Althusser, gracias a Spinoza, creó un nuevo Tratado de la Reforma del Entendimiento, en el que los dioses del mercado no dejan de caer como frutos vencidos de los árboles secos.

Un filósofo verdadero no deja discípulos, y por esto, los lectores de Althusser, que bien se encargaron de borrar la línea divisoria entre teoría y práctica, tal como lo hizo su profesor, lograron, filosóficamente, ascender a las calles y arrojar conceptos como se arrojan molotovs. Evidentemente, siendo los primeros más hirientes y de mayor alcance que las segundas, es la autenticidad que transmiten lo que les permite hablarnos hoy, ciudadanos de nuevos tiempos modernos.


Constantin Guys, Carruajes y paseantes en los campos Elíseos, ca. 1855

 

Estamos aún en la modernidad, de eso no nos quepa duda. En aquella modernidad que descubrió para nosotros Baudelaire a través de las pinturas de Constantin Guys, donde los modos de lo nuevo no dejan de abrirse paso a través -y por la mitad- del transcurso del ropaje de lo antiguo. 

Être absolument moderne no se agota en un par de siglos, así como tampoco sus condiciones de emergencia ni sus sistemas de configuración lingüística y económica, allá donde toda ideología no es otra cosa que un raro tipo de discursividad pragmática. ¿Qué son las ideologías? ¿Por qué, al excelente decir de Deleuze y Guattari, jamás las ha habido?

Se trata, como lo expresó abiertamente Althusser (cuya admiración hacia el capital compartía con Marx y Engels), de dislocamientos mercantiles, en donde los Estados son tan solo vulgares bolsas bancarias, y las ciudades supermercados a mayor y menor escala.

La llamada ideología no es más que el velo inmaterial que nos impide ver la ficción en el marco de la realidad misma: la ficción, productora de realidad por excelencia, enseña que las naciones son en verdad (en nuestra verdad globalizada, de “libre” comercio) centros comerciales, con toda la amargura de su práctica despreciablemente dominical. 

La búsqueda de los denominados estructuralistas por desplazar al yo-sujeto, al yo-nacional, es el llamamiento inconcluso por romper y exasperar los créditos, los campos de concentración comercial, abrir sus tuberías, destapar los caños ocultos, para poder finalmente mirar a los ojos a los Stalagsmicroeconómicos y decirles: la vraie vie est ailleurs.

 

Texto escrito por: Pablo García Arias, doctor en Filosofía y Letras, magister en literatura. Docente en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas y en la Universidad Nacional de Colombia. 

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