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Sobre Martha Nussbaum

Las implicaciones políticas, culturales y educativas de la obra de la filósofa norteamericana resultan imprescindibles para el momento histórico que está atravesando nuestro país.

Febrero 9, 2016

El año pasado la Universidad de Antioquia le otorgó un merecido doctorado honoris causa a Martha Nussbaum por su reconocida trayectoria como filósofa y educadora. Tres años antes había sido galardonada con el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales como reconocimiento a sus inmensos aportes en cuestiones educativas, sociales y políticas que están a la orden del día en todo el mundo, que van desde el desarrollo económico y la ética, pasando por la formación de capacidades en la escuela, hasta sus contribuciones en derecho y sociología jurídica.

Es indudable que para los filósofos la contribución principal de la obra de Nussbaum gravita en torno a la comprensión y aplicación del pensamiento de los griegos a nuestros problemas contemporáneos. No obstante, sus trabajos dedicados a la educación o al papel de las emociones en los procesos de conocimiento constituyen un aporte imprescindible a la discusión de nuestras realidades sociales.

En mi caso particular quiero resaltar dos aspectos que tocan directamente la investigación que actualmente estoy adelantando en la Universidad Distrital sobre subjetividades proscritas y jóvenes en conflicto con la ley: a) El papel de la repugnancia, el asco y la vergüenza como base primordial para considerar un acto como criminal; y b) La función que tiene la “imaginación narrativa” y la literatura en general para ponernos en el punto de vista del otro cuando esa otredad nos resulta ininteligible. (Lea: El duro discurso de Martha Nussbaum sobre el futuro de la educación mundial)

En el primer caso, su trabajo sobre el ocultamiento de lo humano en el que demuestra cómo la principal causa de las decisiones de facto que toman las instituciones morales para proscribir a un sujeto insumiso que ha transgredido las normas con abierto cinismo o negligencia, es la repugnancia o vergüenza que produce su delito.

En estos casos en que se ha pasado la línea de lo ilícito, lo insurgente o la venganza, para ubicarse en ese territorio oscuro y degradado de lo vil, lo abyecto y lo despreciable, la repugnancia ha sido utilizada a lo largo de la historia del derecho y la moral consuetudinaria para proscribir no sólo individuos sino comunidades enteras que, eventualmente, pueden encarnar algún tipo de temor o aborrecimiento para el grupo social dominante, asumiéndola como base principal para juzgar en derecho.

Sin explicitarlo, Nussbaum abre la posibilidad a un pluralismo jurídico, o mejor, en palabras de Boaventura de Sousa Santos, a una “pluralidad de órdenes jurídicos”, tal y como lo demuestra en su excelente y polémico libro sobre el ocultamiento de lo humano en el que argumenta a fondo que la repugnancia “nunca debe ser la base primordial para considerar un acto como criminal, y que no debe tener un papel agravante ni atenuante en el derecho penal, donde actualmente lo posee”.

De esta forma, leyes contra la sodomía (que aún perviven en algunos países y fueron altamente costosas para artistas como Oscar Wilde o científicos como Turing), la obscenidad, la pornografía infantil o la violación del decoro, están inequívocamente apoyadas en lo repugnante.

No es difícil deducir, entonces, que la mayoría de proscritos estén asociados a actos repugnantes o vergonzosos en los que, casi siempre, se les enrostra su “animalidad”, “irracionalidad” e “inhumanidad”, por su incapacidad para interiorizar cualquier mediación simbólica, para subjetivarse mediante algún ordenamiento normativo; en fin, para devenir subjetividad “normal”.

Esta necesidad de deshumanizar al proscrito, de degradarlo y estigmatizarlo, surge como resultado de la indignación que produce la perpetración de un mal ininteligible para el común de la gente, y del cual sólo queda la ira como emoción primaria para juzgar y evaluar.

En su libro Paisajes del pensamiento, Nussbaum, desarrollando las ideas de los estoicos de la Grecia antigua, sostiene que las emociones son evaluaciones o juicios de valor, lo cual implica que las emociones son acerca de algo, es decir, tienen un objeto; ese objeto, a su vez, es de carácter intencional y, por tanto, implica no sólo creencias acerca del mismo sino diversas valoraciones que hacen que sea percibido como importante o irrelevante. De ahí el componente cognitivo, volitivo y axiológico de las emociones.

Así, la ira siempre buscará resarcir el mal, vengarlo, castigarlo, devolver la afrenta. En otras palabras, la forma predominante que prevalece en el juicio para proscribir a alguien que ha realizado un crimen repugnante o una transgresión cínica o negligente de la ley, es a través de las emociones y los sentimientos morales de una comunidad determinada, lo cual demuestra, de paso, la imposibilidad de un derecho completamente racional que asume las emociones como irracionales producto de un pensamiento defectuoso al estilo de Dworkin, sino principalmente, la necesidad de reconocer la propia humanidad de aquellos individuos que, por infinidad de razones, han decidido ponerse en las antípodas de las instituciones morales.

Esta misma fluctuación entre lo racional y lo irracional, entre lo ideológico y lo científico, o entre lo biológico lo social, es la que se presenta, quizás más ostensiblemente que en otros ámbitos, en las ciencias que se ocupan de la conciencia y la conducta humanas.

En el segundo caso, a la importancia que Nussbaum le atribuye a la literatura en los procesos formativos por medio del fomento de la “imaginación narrativa” habría que agregarle -y criticarle- que no solo las obras “edificantes y clásicas” contribuyen a esa función “benigna” de descentración con la otredad sino que también habría que trabajar la tradición de los “malditos” y los “oscuros” (Rimbaud, Baudelaire, Genet, Sabato, Dostoyevski, Poe, Lovecraft ) para entender la verdadera condición humana y, sobre todo, la colombiana.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Doctor en Educación. Magíster en Sociología de la Educación
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Jaqueline Cruz Huertas
Gran Maestra Premio Compartir 2000
Es necesario entablar una amistad verdadera entre los números y los alumnos, presentando las matemáticas como parte importante de sus vidas.