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Immanuel Kant (1724-1804)

La educación debe interesarse por nosotros, por los demás, y por el mundo. Una educación moderna nos sacude de la pereza y nos arriesga a pensar por sí mismo

Noviembre 6, 2018

Pegado a Rusia, teniendo a Dinamarca como norte, a orillas del Mar Báltico existió Königsberg, capital de Prusia, región reclamada por alemanes y rusos.  Como testigos de estas disputas sólo quedan ruinas. Hoy se ha fundado una nueva ciudad, Kaliningrado, que ya no pertenece a Alemania, sino al vencedor de la Segunda Guerra mundial, Rusia. En esta ciudad nació Immanuel Kant; pero ya no hay rastro ni de la casa que habitó, ni donde nació, ni donde murió. Permanece una tumba visitada con frecuencia por parejas de recién casados. Durante el mundial de Rusia 2018 vimos de qué manera, antes entrar al Estadio para la gesta mundialista, los turistas visitaban su mausoleo con veneración y respeto.  Del pensador prusiano-alemán, nos queda nada más, pero nada menos, que su herencia filosófica, humanística y educadora testificada en sus libros.

Los libros de Kant son hoy de una gran actualidad, entre ellos destacamos Crítica de la Razón Pura, Crítica de la Razón práctica, Crítica de la capacidad de juzgar (Crítica del juicio). Hoy nos centramos en un pequeño tratado, poco estudiado por los filósofos de profesión, pero de mucho interés en la formación de maestros, “Sobre la Pedagogía” (1803). Se dice que se trató de unas lecciones que sus alumnos recogieron, entre ellos, D. Friedrich Theodor Rink y que fueron publicados con la aprobación de su autor.  Sin embargo, superando la discusión, por lo demás de vanidosa erudición, sobre la función que cumple este libro dentro de la obra de Kant, nos importa reconocer en él una recuperación valiosa del proyecto formativo que se gestaba al calor de una época, la Ilustración y que testifica el proyecto formador que va a producir la educación moderna.

Para Kant las preguntas fundamentales del ser humano tienen que ver con cuatro interrogantes: ¿Qué puedo saber? ¿qué debo hacer? ¿qué me cabe esperar? ¿Qué es el hombre? Con respecto, al momento que le tocó a vivir, la Ilustración, y con ello, el inicio de la época moderna, Kant cree que sólo es moderno quien aprende a pensar sin estar bajo la tutela o dependencia de alguien; cada ser humano debería tener como eslogan de combate el siguiente: arriésgate a pensar por ti mismo. En realidad, ser moderno sería salir de la minoría de edad, sería también sacudirse de la pereza y la cobardía que nos hace seguir lo que los otros dicen, lo que los otros piensan, lo que los otros hacen. Sólo la pereza y la cobardía nos hace menores de edad y a ésta hay que sacudirla para ser modernos para entrar en la Ilustración.

En este contexto es que tenemos que leer el Tratado de Pedagogía de Kant (1803).  Educarse sería construir una humanidad en cada uno. Esta humanidad no aparece espontáneamente, exige educación, es decir, un trabajo específico, bastante complejo y muy deliberativo, hecho de ciencia y de arte.  “Educación” es una palabra que empieza a aparecer como aquello que se hace con cada ser humano. La utiliza Locke, la utiliza Rousseau, y ahora Kant. Educar es cuidar, educar es instruir, educar es disciplinar, la unión de la instrucción con la disciplina origina la formación (Bildung). La formación es una parte de la educación, es también el resultado fundamental de todo el ejercicio educativo: formar a alguien no sería solamente competencia y habilidades; es también y sobre todo capacidad de considerar a cada ser humano, próximo o lejano, siempre como fin en sí mismo y nunca como medio para algo.  

En Colombia, la gente no les cree a los informes económicos, pues dicen que sus balances muestran, que al País le va bien, pero a la gente le va mal. Esta forma irónica de leer la gestión de los estados, también, lo expresa Kant en su propio estilo; dice que las conquistas humanas han logrado la felicidad de los Estados y la desdicha de las gentes, “vivimos en un tiempo de disciplina, cultura y civilidad; pero aún no, en el de moralización (…) las felicidades de los Estados crecen al mismo tiempo que la desdicha de las gentes” (Kant, 1803/2005; pág. 39).

Para Kant no se educa para una región, ni para la familia, ni para una determinada sociedad, ni para una patria. Se educa para hacer de cada ser humano un ciudadano del mundo con capacidad de ver en cada ser extraño la humanidad que me hace falta. Mi vida sólo es buena sino la siento ligada a la humanidad. Por lo tanto, la humanidad es el tema de la educación de Kant. Y la humanidad implica una serie de efectos y condiciones que pueden ser sintetizadas así:

La educación tiene a la humanidad como destino. La educación tiene que ver con algo que está en el alma y nos hace interesarnos por nosotros, por los demás y por el mundo: “Hay algo en nuestra alma que hace interesarnos: a) por nosotros mismos; b) por aquellos entre quienes hemos crecido, y c) por el bien del mundo. Se ha de hacer familiares a los niños estos intereses y templar en ellos sus almas. Han de alegrarse por el bien en general, aun cuando no sea el provecho de su patria ni el suyo propio” (Kant, 1803/2005; pág. 93). La educación no es un asunto de patrioterismos, ni de nacionalismos ni de grupos cerrados, ni de nacionalismos; sino de la humanidad que está en el alma: de una humanidad cosmopolita.

La humanidad hay que desarrollarla. “Hay muchos gérmenes en la humanidad; y  a nosotros nos toca desarrollarlos; desplegar nuestras disposiciones naturales y hacer que el hombre alcance su destino” (Kant, 1803/2005; pág. 33). El desarrollo y el despliegue depende de la disciplina, pues ella “convierte la animalidad en humanidad” (Kant, 1803/2005; pág. 29). Recordemos que para Locke la falta de disciplina del entendimiento impide la conversación; para Kant esta disciplina y esta conversación está en función del desarrollo de una humanidad que está en el alma.

La humanidad es un asunto generacional. “Una generación educa a otra” (Kant, 1803/2005; pág. 30). La metáfora kantiana de la alteridad es significativa: “El árbol plantado solo en un campo, crece torcido y extiende sus ramas a lo lejos; por el contrario, el árbol que se alza en medio de un bosque, crece derecho por la resistencia que le oponen los árboles próximos, y busca sobre sí la luz del sol” (Kant, 1803/2005; pág. 37).  La humanidad no existe individualmente en cada uno de nosotros, la humanidad existe si nos la damos unos con otros, si nos apoyamos unos con otros, como los arboles próximos se dan resistencia, así somos los seres humanos, nos damos la humanidad si estamos próximos a los otros, y aprender a darnos humanidad es el trabajo de la educación. 

La humanidad se interesa por un mundo mejor.  Existe una perfectibilidad, un progreso que es importante en Kant. “una buena educación es el origen de todo el bien en el mundo. Es necesario que los gérmenes que yacen en el hombre sean cada vez más desarrollados”. Por eso, no se educa para el presente, sino conforme a un estado mejor y posible en lo futuro de la especie humana; es conforme a la idea de humanidad y de su completo destino. Este principio es de la mayor importancia” (Kant, 1803/2005; pág. 36). ¿Por qué es este punto el de mayor importancia? Porque ni los padres, ni los príncipes educan.  Los padres cuidan la casa y los príncipes el estado; a ninguno de ellos les interesa la idea de humanidad, que sí le interesa la educación de Kant; al contrario, la educación debería ser no la vida presente, como hacen los padres y los príncipes, sino “la perfección a la que está destinada la humanidad y por la cual tiene sus disposiciones”. La afirmación es contundente: “Las bases de un plan de educación ha de hacerse cosmopolitamente” (Kant, 1803/2005; pág. 36).

Aunque no se refiere al maestro de una institución educativa como la conocemos hoy, sin embargo, Kant imprime destaca el carácter del maestro. Si el educando es fin en sí mismo y nunca medio, hay que salvar al niño de las mezquindades educativas de los Estados y del egoísmo educador de los padres. Hay que educar al niño para una humanidad mejor, y eso solo lo sabe hacer alguien que se forma específicamente para estos propósitos: “La aproximación lenta de la naturaleza humana a su fin, sólo es posible mediante los esfuerzos de las personas de sentimientos bastantes grandes para interesarse por un mundo mejor, capaces de concebir la idea de un estado futuro más perfecto” (Kant, 1803/2005; pág. 38). Kant introduce explícitamente la formación (Bildung) como propósito esencia de la educación. Con ello integramos una dimensión fundamental, si es auténtica, de la formación de maestros y la recuperación conceptual del saber pedagógico.

 

Palabras clave: Formación, Bildung, Ilustración y educación, saber pedagógico, formación de maestros.

 

 

Rafael Reyes Galindo

[email protected]

Facultad de Educación

Pontificia Universidad Javeriana

 

 

   

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