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Pestalozzi (1746-1827)

Quiero ser maestro de Escuela. 

Diciembre 4, 2018

Habíamos visto, que el proyecto de la educación moderna arranca con la aparición de la Didáctica Magna (1638). Será un tema nuevo. Los seres humanos están preocupados por las leyes que rigen los astros, pero descuidados por las reglas que educan a los hombres. Comenio cree que es necesario de una sabiduría, una escuela universal que nos lleve a la paz. Locke (1767) propone un concepto preciso, la educación como disciplina de la mente. Rousseau (1762) argumenta que no se educa para la vida: que la misma vida es la educación, la vida de Emilio es su educación y se trata de que aprender a vivir. Kant se entusiasma con esta idea hasta tal punto que hace algo que nunca había hecho nunca, faltar a sus citas para poder terminar de leer El Emilio. Kant cree que el hombre será lo que sea su educación (1803); la educación tendría que ver con la producción de humanidad. Ya Montaigne (1538) había advertido antes que no bastaba la erudición si no había virtud. Todos estos momentos permitirán la aparición de los conceptos pedagógicos: la educación, la enseñanza, el aprender. Pero después de Comenio, pocos habían entrado a untarse al oficio pedagógico como lo hizo Pestalozzi.

Para hacer justicia, Montaigne no tenía un buen concepto de la escuela, Locke tampoco y Rousseau, menos; al menos de la escuela de aquellos tiempos En parte tenían razón, estaba claro hacia dónde debía apuntar la educación, pero no cómo debía ser la escuela, sobre todo la escuela para todos. No se hacía una conexión entre educación y escuela. Esta conexión la hizo en algún momento Comenio, y ahora la hace Pestalozzi. Pestalozzi retomo la herencia de Comenio: organizar la escuela, ordenar la enseñanza, percibir la infancia, formar el maestro.

La escuela: Pestalozzi llevaba una escuelita en su corazón; y a la infancia en el interior de ambos. En 1774 decidió, después de fracasar como agricultor y en la cría de ganado funda un taller de hilado de algodón. Su casa se llamará “Neuhof”. Recibirá a los niños y niñas que quieran aprender un oficio y recibir educación. “Para mí es un hecho comprobado que los niños que han perdido la salud, las fuerzas y el valor en una vida de holgazanería y mendicidad, una vez sometidos a un trabajo regular, recuperan rápidamente su alegría, su ímpetu, su buen aspecto y se desarrolla sorprendentemente en virtud”. Es un hecho, de que “se elevan muy rápidamente a sentimientos de humanidad, de confianza y de benevolencia” (Plegaria a los amigos y benefactores de la humanidad de 1775). Repetía con frecuencia que eso debería ser los que estuvieran en su escuela “amigos de la humanidad”.

Pronto tuvo cuarenta alumnos entre niños y niñas que trabajan en el taller. Pestalozzi iba escribiendo su experiencia y constataba: si se les trata con dureza, terminarán en un manicomio, pero con cuidado amoroso y ocupaciones sencillas, lograrán bastarse a sí mismos. El proyecto “Neuhof” solo duró hasta 1779. Por falta de dinero solo quedó la frustración de entregarlos a sus padres.

Europa está herida por la guerra, los niños deambulan, Pestalozzi le escribe al ministro de justicia de ese entonces: “la patria tiene necesidad de reformar de la educación y las escuelas de la clase inferior del pueblo”. Nuestro pedagogo se lamenta: “En muchos lugares, no hay edificios para las escuelas; en muchos otros, son incomodos, insuficientes o malsanos. Los encargados están mal pagados y carecen de los conocimientos que deben transmitir a sus discípulos. Las materias que se enseñan están, por su naturaleza y su número, por debajo de las necesidades del hombre que debe sentir su dignidad y del ciudadano que tiene que conocer sus derechos y cumplir sus deberes. El método de enseñanza es absurdo, la disciplina, a veces demasiado severa, otras excesivamente blanda, es siempre insuficiente”. En el convento de Stanz, suiza se le encarga reunir a más de cien niños a quienes les destruyeron sus aldeas. En 1798 se le nombrara director del orfelinato del convento de las Clarisas de Stanz.

Pero no hay libros, ni forma de conseguirlos. Aquí nuestro maestro se la ingenia, crea cartillas, laminas con objetos que llamaban la atención y producían la curiosidad. Aparece la enseñanza de Petalozzi.

La enseñanza: La curiosidad será el punto de partida de la enseñanza a los niños. No se trata de memorizar, sino de producir una implicación de todo el niño, de comprometer todas sus facultades, de que busque se mueva, se encuentre con los objetos. Estos encuentros con los objetos harán que nazca lo que se llamará la pedagogía objetiva. Y la actividad será el inicio de lo que se llamará la escuela activa. Para este fin, recurre a construir la educación apoyada en un sustento científico: la piscología de las facultades, “puesto que la suma de todos los caracteres exteriores de un objeto se encuentra reunida enteramente en los límites de su contorno en sus proporciones numéricas, y puesto que mi memoria se la apropia mediante el lenguaje, es preciso que el arte de la enseñanza tome por regla invariable de su organización el apoyarse sobre esta triple base y llegar a este triple resultado:

  1. Enseñar al niño a representarse cada uno de los objetos que se le dan a conocer como una unidad, es decir, como algo separado de aquellos con los que parece estar asociado;
  2. Enseñarle a distinguir las formas de cada objeto, es decir sus dimensiones y proporciones;
  3. Familiarizarlo, lo más rápidamente posible, con el conjunto de las palabras y de los nombres de todos los objetos conocidos por él.

Y si la enseñanza de los niños debe partir de estos tres puntos elementales, la primera de nuestras preocupaciones debe ser, evidentemente, la de dar a estos tres principios sencillez, amplitud y armonía posibles."

Pero aparecen las dificultades. Como señala su biógrafo George Piaton (2004, Edición Trillas, México.), le costaba sostener el método, “elaboraba su pedagogía casi con la intuición del momento, andaba a tientas, la hacía y volvía a empezar, siempre a la carrera y a menudo rebasado. Le faltaba ayudantes, pues todo su personal se reducía a la cocinera y a su hija” (p. 36). Hubo un repliegue de tropas y el orfelinato cerró. El 8 de junio de 1799 se retiró de Stanz, cansado y deprimido.

La infancia: Se dice que el Siglo XX es el siglo de la infancia. Aparece la psicología experimental, las políticas internacionales, los derechos del niño. Pero se les olvida que fue la pedagogía quien ya había incursionado en la infancia, no como objeto de estudio sino como resultado del amor (es la forma como debe aparecer toda infancia).

En 1799, en julio se crea una escuela normal de maestros en Burgdorf. Se le pide continuar lo que había dejado empezado en Stanz ya que “ha descubierto un método muy sencillo para enseñar a leer “fundado en la naturaleza del espíritu de los niños”. Como Comenio, Pestalozzi no cree en “los problemas de aprendizaje”, sino en encontrar un modo de saber llegarle a los niños. El resultado es sorprendente, “los niños de Pestalozzi aprenden en un tiempo muy corto, a deletrear, a leer y calcular con la mayor perfección. Seis meses bastan para llevarlos a un nivel que un maestro de aldea tardaría tres años en llegar (Comisión Amigos de la educación, 1800). De pronto la frase de San Agustín, de que se llega más pronto por vía de amor que por vía de conocimiento se cumple aquí.

Como señala el maestro colombiano e historiador Oscar Saldarriaga (2003): “El día en que Pestalozzi puso en contacto directo a los niños con una escalera, y no con su imagen, mostró que no bastaba la inducción propia a todo entendimiento adulto, que el conocer en la infancia tenía una naturaleza específica, a la cual había que garantizarle la adquisición de representaciones por un “proceso viviente de percepción”. (…) Así, Pestalozzi, ganó su lugar como padre de la pedagogía moderna (…) es el nacimiento de la infancia como nueva dimensión de la subjetividad” (Saldarriaga, 2003).

Y si el niño es importante, si hay que identificar, individualizar y pensar la infancia en el niño y la niña, se va a necesitar a alguien solicito y atento; un hombre o mujer cuidadosos, un maestro, una maestra.

El maestro. Pestalozzi había estudiado teología y también derecho. Pero repetía con frecuencia: “Yo lo que quiero es ser maestro”. Georges Piaton (2004) nos deja ver que la dedicación a los niños era la misma dedicación que tenía por la formación de los maestros. Los niños disfrutaban de libertad, las puertas del Instituto nunca estaban cerradas, no había porteros, se entraba y se salía cuando se quería. Muchos de los alumnos se volvían maestros, lo cuales le rendían cuentas a Pestalozzi; jugaban con sus alumnos, los acompañaban a trabajar, los llevaban a pasear, se divertían con ellos.

La formación de los maestros estaba acompañada de conversación y vida comunitaria. La educación no se hace en solitario.

Las reuniones periódicas y frecuentes de los maestros dan lugar a discusiones habituales, libres y animadas, sostenidas e instructivas, sobre el Método, sus principios y aplicaciones, los niños sus disposiciones, los matices de sus caracteres, su conducta y sobre los propios maestros.

(…)

Se dedican a examinar con sincero amor a la verdad todas las cuestiones, las más delicadas e importantes, relativas a la educación y a la instrucción, y a profundizar e ellas.

Hoy nuestras reuniones de maestros giran en torno a la excelencia académica. Quien es mejor, a quien hay que castigar; como posicionar nuestro colegio. Pestalozzi con sus maestros examinaban con sincero amor a la verdad lo relativo de la educación.

Con Pestalozzi el saber pedagógico se nutre de nuevos saberes, nuevos objetos y nuevos sujetos (el maestro, la infancia). Aprendimos que la infancia es una forma de enfrentar el aprendizaje con actividad, interés y curiosidad. En medio de la guerra la escuela surge como esperanza del pueblo. Aunque pobre, se levanta cretiva. Aparece la enseñanza con rigor, el maestro con método, la infancia libre y la escuela alegre.

 

 

Rafael Reyes Galindo

[email protected]

Facultad de Educación

Pontificia Universidad Javeriana

 

 

   

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