Convendría pensar en una educación basada en la relación crítica consigo mismo, en la que se enfrenten ese anhelo humano de satisfacer las necesidades materiales inmediatas con la facultad de imaginar mundos posibles compartidos.
En un mundo en que el “saber hacer” es el objetivo principal de la educación para garantizar un mínimo de empleabilidad y desempeño laboral, cualquier actividad o idea que se plantee es considerada superflua y estorbosa.
Desarrollé una fórmula química que permitió a los alumnos combinar los elementos claves para fundir la ciencia con su vida cotidiana sin confundir los enlaces para su futuro.
Aquí los problemas ya no se centran en los mecanismos de procesamiento y recuperación de la información, sino en la forma como las personas comparten recuerdos.
La mayor apuesta del humanismo está en la educación: una que retoma y reformula los tres objetivos de la Paideia griega: la verdad, la belleza y la justicia.
La educación política ya no puede seguir concentrada en desarrollar las tradicionales -y fallidas- competencias liberales de participación, deliberación y búsqueda de consensos.
Los llamados a eliminar o reducir las ciencias sociales y las humanidades de todos los niveles educativos en diferentes países, aunadas a una política estatal que las menosprecia, han puesto a esta área del saber en su mayor encrucijada.