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El estricto profesor Furnell

La vida de Felipe López Caballero dio un giro radical cuando por medio de la educación y la disciplna, su maestro y tutor, Pat Furnell, le enseñó a trabajar en equipo, a amar la lectura y a no senir vergüenza por sacar buenas notas

Mayo 8, 2015

Después de que me gradué en el Colegio Nueva Granada, decidí que quería estudiar economía en Londres. Me informaron que para entrar en una universidad inglesa no tenían ningún valor ni el bachillerato colombiano ni el high school norteamericano. Se requería algo que los ingleses llaman A- Levels, que consistía en escoger dos materias, estudiarlas a fondo y presentar un examen. Entonces me recomendaron un tutor privado de nombre Pat Furnell, quien le enseñaba economía y constitución británica a un grupo de seis personas.
El profesor parecía salido de una novela victoriana: pelo engominado, corbatín permanente, reloj de cadena en el chaleco, vestido inmaculadamente siempre con el mismo paño gris, y una actitud que recordaba a un actor de mi infancia que se llamaba Robert Morley. 
Yo tenía diecisiete años y venía de una cultura donde el vago era el popular de la clase, llegar cinco o diez minutos tarde no era objeto de drama y se estudiaba seriamente sólo para los exámenes de fin de año. En Inglaterra, el popular del curso era el nerd, el admirado era el que sacaba las mejores notas y la impuntualidad era el peor acto de mala educación. 
El estricto profesor Furnell era más dado a la crítica que al elogio y exigía cuatro horas diarias de lectura después de la clase para que estuviéramos preparados para la discusión del día siguiente. No había campo ni para el retraso, ni para la carreta, ni para el reposo. Ese tratamiento me parecía más propio de la vida de un soldado que la de un niño consentido del Nueva Granada. Pero él, que había combatido en la segunda guerra mundial, solía decirme que con una actitud como la mía Inglaterra no habría derrotado a Hitler. 
Si bien Furnell me parecía un tirano, el cambio de hábitos y valores que me infundió fue determinante en mi vida. La costumbre de leer me quedó para siempre. Por primera vez obtuve buenas calificaciones y, además, no me daba pena tenerlas. El trabajo en equipo, la capacidad de argumentar en vez de recitar de memoria fueron otros de los legados que me dejó mi maestro. 
Cuatro décadas después pasé por Londres y pregunté de él. Había muerto a los ochenta años después de haber tratado de incursionar sin éxito en la política por el partido conservador. Creo que si Furnell me pudiera ver, no estaría del todo avergonzado. De todas las limitaciones que tenía antes de conocerlo, sólo hubo una que no pudo quitarme: la impuntualidad. 

Felipe López Caballero

 

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Gustavo González Palencia
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