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“Eina” el tejer y des-tejer de una maestra
Resumen
En estas páginas se teje un trozo del camino de una maestra cuyo andar ha estado rodeado de infantes y familias de diferentes contextos. Tal recorrido configura la esencia de ser maestra, cada escenario pedagógico demarca el derrotero para innovar e investigar desde y con la comunidad, empoderando la educación, pedagogía y las vidas de quienes allí convergen. Así mismo, aquellas tensiones escolares, sociales, pedagógicas que en el camino aparecen, mucho más cuando hay diversidad de etnias, saberes, procedencias, y cómo se constituyen en soporte para dignificar la voz comunitaria.
Sobre la autora
Tadiana Guadalupe Escorcia Romero es maestra en la Institución Educativa Distrital José Asunción Silva y Universidad El Bosque y magíster en Estudios en Infancias de la Universidad Pedagógica Nacional y Universidad de Antioquia. Correo electrónico: [email protected]
Esta historia se narra cómo lo hicieran las “tooushi” abuelas de la etnia wayuu al tejer en familia, evoca el hilo que demarca configurarse en maestra de Colombia y de la capital caracterizada por su pluridiversidad. Muchos dicen que se es maestro por vocación, pero se llega a ser no solo por decisión, sino por la construcción de aprendizajes que con la enseñanza se van forjando con quien comparte al lado, entre vicisitudes, riesgos y dificultades.
El camino de esta maestra inicia en la Normal, con la pasión y entrega desde muy chica por estar en el contexto escolar enseñando, un recorrido del que los aprendizajes pedagógicos fueron muchos, pero las preguntas y el asombro mayores. Luego, la licenciatura en la Universidad Pedagógica Nacional, escenario en el que los hilos empezaron a cruzarse para ir tejiendo esta convicción, con maestros, entre retos, asombro por la enseñanza, pero especialmente con el ímpetu y la gallardía de ir más allá del aula y ser agentes sociales, que forjan una Colombia de esperanza. Desde esos dos escenarios, entendería como lo dice Savater que “cuanto más sabemos enseñar, más nos convencemos de lo que nos falta por aprender”, porque siempre el que enseña ha de estar abierto a los conocimientos y aquello que pueda ir mejorando su labor (2005, 6).
Y es entonces cuando todo el bagaje que se lleva puesto sale a flor de piel para encontrarse con la realidad educativa, la que enmarca situaciones para las cuales quizás no se está preparado; pues iniciar la vida laboral no es fácil, mucho menos cuando el requisito esencial es la experiencia que apenas se forja. Los primeros años fueron enriquecidos desde varios colegios privados como orientadora escolar, en los que la práctica se encaminó a atender toda la población del colegio, manuales, currículo, talleres de padres, atención a estudiantes con dificultades de aprendizaje, en fin; pero donde sin duda se aprendió del otro y más que maestra, sería estudiante incansable por aprender más, en palabras de Kirkeegard (2005) se aprende como profesor del aprendiz, al ponerse en su lugar para así poder comprender todo lo que pasa por él o ella.
Pero fue la llegada después de un concurso de la Secretaría de Educación para Normalistas con poblaciones vulnerables, a una institución educativa distrital de Usme donde mayor arraigo se gestó en la configuración de ser maestro. Sí, justamente allí donde se erigía una escuela de primaria de grado 0 a 3 sobre una montaña, con el olor característico del campo, el frío intenso, 3 transportes para poder llegar, más la mirada de infantes sin docente desde hacía varios años, y con la cualidad invaluable de una rectora y grupo de maestros que desde el primer día con su abrazo y sonrisa acogen la llegada del nuevo, le instan de aliento y ofrecen lo que tienen para ser parte de un equipo. Entonces se inicia con el grado segundo de básica primaria, con edades diversas, muchos repitentes, dificultades en sus procesos de aprendizaje y convivencia, y una baja autoestima, que al dialogar con otras compañeras era característico de otros grupos.
Sin embargo, ese momento privilegiado para un maestro como lo es el “descanso” en el que al observar se conoce mucho más al estudiante, daría un hilo valioso para iniciar el tejido hacia la investigación, cómplice de la configuración del maestro. Mientras el aula carecía de sentido y motivación por las dificultades sentidas; niños y niñas, fuera se sentían felices jugando al reality “expedición Robinson” haciendo cuentas, dialogando, argumentando; insumo que con un trío de maestras configuraría una apuesta de proyecto que llevaría tal juego al aula. Y que un año después gracias a una convocatoria del IDEP sobre vulnerabilidad recorrería un sendero para nutrir el equipaje del maestro que comprende que cada problemática es la oportunidad para dialogar con la teoría, retomar las voces de los sujetos y co-construir saber pedagógico que empodera a unos y otros.
Nace así “eXpedición escolar C” investigación que permitió decantar tres formas como la escuela vulnera al estudiante desde lo académico, convivencial y por su condición de niñez, pero también cómo la acción del maestro transforman o solo los factores de riesgo, sino que hace de la institución educativa un espacio que se gesta como factor protector para reivindicar sus proyectos de vida. Con ellos se construye una estrategia pedagógica con tribus, teas de aprendizaje, acuerdos, mesa de diálogo para la reconciliación, entre otras, que fue visibilizando a las infancias, al reconocer fortalezas para enfrentar debilidades y mostrar la multiplicidad de aprendizajes. Tal experiencia sustentada desde una posición crítico-dialógica enriqueció el quehacer docente, con los proyectos gestados en colectividad y mostró en palabras de quienes también fueron parte del camino, que la vulnerabilidad no siempre constituye a quienes se les etiqueta como parte de su naturaleza, por el hecho de pertenecer a un sector popular, sino que expresan sus posibilidades como sujetos de creación, construcción y proposición (Cortes &Delgadillo, 2006).
Pero algunos recodos del camino mostrarían enredos del hilo que obligarían a destejer lo construido, pues una apuesta pedagógica que cruza el aula cuestiona e invita a transformarse y darle voz a quienes antes no se les visibilizaba, encuentra oposiciones que muchas veces desconocen y desaniman la labor emprendida. Esta visión no solo fue notoria con esta investigación, sino con otras 4 experiencias desde otros lugares de la ciudad evidenciando una escuela y niñez en condición de vulnerabilidad. Para Cortes y Delgadillo (2006) las prácticas que desbordan la escuela implementadas por docentes coexisten con trabas de orden curricular, esquemas formales, imposiciones ministeriales o por la incidencia de académicos que, al planear programas para superar riesgos, desconocen las vivencias y representaciones de la comunidad. Así las cosas, el andar se bifurca con puntadas distintas que intentan seguir soportando el tejido, pero que se detienen y rearman para revitalizar la esperanza y la confianza.
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