El ejercicio de la memoria para la reconciliación, la formación en la justicia restaurativa y en la crítica de sí mismo, son condiciones insoslayables en la educación para la paz.
Las implicaciones políticas, culturales y educativas de la obra de la filósofa norteamericana resultan imprescindibles para el momento histórico que está atravesando nuestro país.
El sentido de una ciudad educadora debe replantearse en términos políticos de una formación para la convivencia, la solidaridad y la sociabilidad humana, y no reducirla a una pedagogía moral de las virtudes cívicas.
El aprendizaje ciudadano debe contribuir a realizar transformaciones en las prácticas culturales que son las que, por principio, posibilitan transformaciones políticas.
Los llamados a eliminar o reducir las ciencias sociales y las humanidades de todos los niveles educativos en diferentes países, aunadas a una política estatal que las menosprecia, han puesto a esta área del saber en su mayor encrucijada.