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La era del ajedrez “aumentado” Kasparov se reinventa a si mismo promoviendo el juego colaborativo humano/máquina

¿Quién juega mejor al ajedrez? ¿Los humanos? ¿Las máquinas? ¿O los dos juntos?

Agosto 26, 2015

“El futuro ya está aquí, solo que desigualmente repartido (William Gibson)”

Kasparov se reinventa a si mismo promoviendo el juego colaborativo humano/máquina

Hubo un tiempo en el que se creía que el ajedrez encapsulaba las virtudes más excelsas de la inteligencia humana. Los grandes maestros, que accedían a esa categoría con mas de 2500 puntos ELO, tenían varias décadas de vida, y se suponía que una máquina jamás los derrotaría.

Tanta felicidad duraría poco hasta que en mayo del año 1997 una máquina, un programa, un algoritmo derrotó al campeón mundial Gary Kasparov en una partida a seis matches y lo venció 3 1/2 a 2 1/2 (Piscitelli, 1998). Fue una catástrofe, se vertieron ríos de tinta, la derrota se tomó como una abdicación de la inteligencia humana. Si una máquina nos derrotaba en el ajedrez, la supremacía humana parecía definitivamente archivada. Hasta la madre de Kasparov -según relata una anécdota no sabemos cuan demasiado apócrifa- retó a su hijo por tal desmadre.

Deep Blue resultaría un chiste comparada con máquinas mucho más poderosas que derrotarían a grandes campeones en los años siguientes en una seguidilla sin fin. Pero la sorpresa de 1997 se matizaría a lo largo de varias líneas argumentativas una más interesante que la otra.

Que un coche corra más rápido que Usain Bolt (actual campeón mundial de los 100 metros llanos en Pekin 2015), no significa que tenga mucho sentido mezclar coches con atletas en competencias que se juegan en categorías muy distintas.

Lo mas llamativo ocurriría después de la derrota, ya que Kasparov podía imaginar que ese momento no estaba muy lejano y que sería función de la velocidad de las máquinas, que siguiendo la ley de Moore la duplican cada 18 meses. La cuestión no era tanto llorar sobre la derrota plausible, sino hacerse una pregunta inesperada e inteligente: ¿qué pasaría si en vez de competir con las máquinas colaboráramos con ellas? En el ajedrez y en muchos territorios más.

En junio de 1998 Kasparov jugó el primero de esos torneos al que denominó “ajedrez avanzado” en una partida de 60 minutos contra el gran maestro Veslein Topalov. Cada uno utilizó una computadora, con software enlatado y bases de datos que incluían centenares de miles de juegos. Analizaron qué jugadas recomendaba la computadora, si había antecedentes de posiciones similares, y planificaron su juego acorde.

De lo que se trataba no era tanto de denostar a la máquina cuanto de entender cómo funcionaba ese fórmula 1 que permitía crear jugadas imposibles para humanos o máquinas aisladas. Topalov terminó siendo un mejor conocedor del fantasma en la máquina, porque si bien había perdido frente a Kasparov 4-0 pocas semanas antes, cuando jugó al nuevo juego que es el ajedrez aumentado, amplificado o híbrido, allí logró empatarle al gran campeón 3-3 de la mano de la máquina.

No todo estaba dicho aún, porque en el campeonato de “estilo libre” de 2005 (se podía jugar en cualquier combinación de humanos + máquinas o sin ellas) una nueva camada de jóvenes inexpertos como Steven Cramton y Zackary Stephen (amateurs, con un ranking ajedrecístico de apenas 1,400 /1,700), jugando com tres máquinas a la vez y corriendo cinco programas distintos, terminaron ganándole a todos los grandes campeones humanos.

¿Quién es mejor jugando al ajedrez? ¿Los humanos o las computadoras?  Después de conocer los entretelones posteriores a la derrota de Kasparov (2010) queda claro que ninguno de los dos, sino ambos jugando mano a mano, muy benedittianamente (“y en la calle codo a codo somos mucho más que dos”).

Actualmente todos estamos jugando ajedrez (y muchos otros juegos de sentido) avanzado pero no lo sabemos, y menos aún lo apreciamos como deberíamos hacerlo. Como el mejor McLuhan lo quería, nuestras herramientas nos rodean, amplifican nuestro conocimiento, potencian nuestras emociones, nos permiten reinventarnos como humanos.

Nuestras herramientas están linkeadas a nuestra mente, trabajando en tandem. Los motores de búsqueda (especialmente programas como Wolfran Alpha, Quora, Reddit, Yahoo! Answers, Wiki answers) contestan nuestras preguntas mas difíciles; la actualización de nuestra geolocalización nos brinda una radiografía de conocidos cerca nuestro que parece extrasensorial; la colaboración en línea permite resolver problemas (como muestra Innocentive.com) financiar proyectos (como viene haciendo kickstarter.com), mejorar nuestro desplazamiento (como hace Uber) potenciar nuestros hábitos de escucha (gracias a Spotify), etc, etc.

La mejor metáfora para pensar dejó de ser pues la famosa escultura de Rodin y encarna mucho mejor en el centauro acuñado por Kasparov. Parecería que estamos frente a un nuevo mundo, pero si refinamos nuestra lectura nos daremos cuenta de que no hay mucho nuevo bajo el sol. La teoría cognitiva de la mente extendida sostiene que si la razón humana ha sido tan hegemónica en los últimos 10.000 años ello se debe más que nada a nuestra capacidad de externalizar tramos de nuestra cognición, usando herramientas para portar nuestro pensamiento a campos cada vez mas imprevistos e inesperados.

Nos lo mostró Jack Goody (1978) al revelar que la notación matemática hacia posible nuevas formas de pensar, y nos lo recordó Richard Feynman (en conversaciones con Charles Weiner) al insistir que sus fórmulas no registraban sus procesos mentales sino que eran ellos mismos esos procesos mentales encarnados.

Estamos cansamos de discutir si estamos frente a un tecnoapocalipsis o una tecnoepifanía. Entrar en esta filosofía de la historia barata nos hace perder de vista lo que tienen en común numerosos procesos de innovación cognitiva que vienen ocurriendo desde los fines de los tiempos y que no parece que deberían detenerse en el nuestro.

Si algo hay de nuevo hoy en día es la superposición de diversos fenómenos que antes ocurrían aisladamente y cuya entronización lleva siglos sino milenios. La tecnología permite externalizar la memoria y con las máquinas de registrar que tenemos hoy: smartphones, discos duros, cámaras y sensores, podemos fijar el presente como nunca antes (charla TED de Deb Roy).

La memoria infinita, la conexión de puntos y la publicación explosiva están generando nuevas herramientas para el pensamiento que nos sorprenden permanentemente

Por otra parte, estas herramientas nos permiten encontrar conexiones entre ideas, imágenes, gente, pedacitos de información que antes eran invisibles y, además, hacen posible una superfluidez en la comunicación y la publicación. Esta triple combinación resumible en una explosion cámbrica de recursos permiten desarrollar prácticas, formatos, sistemas de comunicación y, sobretodo, nuevas instituciones que ejemplifican el poder creativo humano.

La memoria infinita, la conexión de puntos y la publicación explosiva están generando nuevas herramientas para el pensamiento que nos sorprenden permanentemente.

Vemos por todo lo anterior que el ajedrez entró en una fase similar a los escándalos de dopaje que han plagado el béisbol y el ciclismo, excepto que en este caso la droga era el efecto cognitivo del software. ¿Estamos perdiendo algo de nuestra humanidad? ¿Qué ocurre si Internet se cae: ¿nuestros cerebros colapsan también?

Cuando los jugadores de ajedrez revelaron su pasión por aprender y ser creativos en su juego, las computadoras no degradaron nuestras capacidades humanas. Al revés: los ayudó a interiorizar el juego mucho más profundamente y a encarnar nuevos niveles de excelencia humana.

Como bien nos cuenta Clive Thompson (2013) cuando Kasparov era un niño en la década de 1970 en la Unión Soviética, aprender ajedrez a nivel de los grandes maestros era un proceso lento y arduo. Solo siendo muy afortunado, un chico podia encontrar un gran maestro local que le enseñara, y si era una promesa evidente lo mandaban en avión a Moscú abriéndole acceso a su biblioteca de ajedrez de élite, que contenía registros transcriptos laboriosamente en papel de los mejores juegos del mundo.

Al obtener acceso a la biblioteca de la élite soviética, Kasparov y sus colegas desarrollaron una enorme ventaja sobre sus rivales globales. Esa biblioteca hacía posible el aumento de su inteligencia ajedrecística. Mientras gracias al proceso iterativo de los experimentos mentales: "Si hiciera esta movida, entonces, ¿qué pasaría?" el ajedrez empezó a evolucionar y se aceleró exponencialmente.

Según Kasparov "Los jugadores de ajedrez de hoy están casi tan libres de dogmas como las máquinas con las que se entrenan. Cada vez más, un movimiento no es bueno o malo porque se ha hecho de esa manera antes (o no). Es simplemente bueno si funciona y malo si no lo hace".

Lo más notable, esta evolución está fabricando jugadores que alcancen el estado de gran maestro cada vez más jóvenes. Antes de las computadoras, era muy raro que los adolescentes se convirtieran en grandes maestros. En 1958, Bobby Fischer sorprendió al mundo al lograr ese estatus a los quince años. La hazaña fue tan inusual que pasarían más de tres décadas antes de que se rompiera el récord, en 1991. Pero para entonces las computadoras empezaban a multiplicarse, y en los años posteriores, el registro se ha roto veinte veces, a medida que más y más jóvenes jugadores se convirtieron en grandes maestros.

Cada herramienta nueva nos maravilla y, nos atemoriza hasta que finalmente lidiamos con sus posibilidades y promesas. Históricamente las hemos refinado al punto tal de poder decidir cuando no utilizarlas. En el caso de las tecnologías del conocimiento eso supone cada tanto volver al universo analógico de los libros de papel, la página y la pluma. Pero festejado el tiempo del “pensamiento lento” también es cuestión de acelerarlo, reinventarlo, pensar con las máquinas y seguir inventando mundos nuevos.

Referencias

  • Goody, Jack La domesticación del pensamiento salvaje. Barcelona, Akal, 1985.
  • Kasparov, Gary How life imitates chess. Making the Right Moves, from the Board to the Boardroom. Bloomsbury, 2010.
  • Piscitelli, Alejandro Post-Televisión. Ecología de los medios en la era de Internet, Buenos Aires, Paidós, 1998.
  • Thompson, Clive Smarter Than You Think: How Technology is Changing Our Minds for the Better. New York Penguin Press, 2013.
  • Roy, Deb The birth of a word
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