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Pensamiento y emoción a través de la Educación Artística

Hay que valorar el arte como una posibilidad para imaginar, entender perspectivas diversas y ampliar el panorama mental, de modo que el trayecto artístico contribuya a fortalecer la identidad de la persona.

Septiembre 9, 2015

“¿Por qué no se nos olvida montar en bicicleta?”. Esta pregunta me ha ayudado a pensarme como profesora y aprendiz, y a reflexionar sobre la condición humana y la posibilidad de experimentar aprendizajes duraderos, de los que dejan huella.

¿Qué ocurre en el pensamiento, en la percepción o en el cuerpo para que montar en bicicleta sea una de las habilidades adquiridas que más persisten? Le sugiero que se tome un momento para recordar sus primeros pedaleos, la emoción que sintió, su cuerpo intentando coordinarse en equilibrio, su mente atenta y dispuesta, y probablemente la alegría de existir con ese nuevo artefacto.

El fundamento de la enseñanza del arte es SER, sintiendo, experimentando, jugando con los símbolos, creando, interpretando, y revisando constantemente el disfrute voluntario de hacer arte. 

Pues bien, en la Educación Artística pueden vivirse procesos semejantes a la experiencia de aprender a montar en bicicleta. Al subirnos a nuestra particular bicicleta de la experiencia artística nos lanzamos a recorrer caminos inexplorados y conducimos nuestras ideas e intencionalidades expresivas para exponerlas en diferentes ambientes. Miramos por un caleidoscopio que transforma nuestra visión y la visión de los otros.

Cuando pienso en ese viaje por el arte en los contextos escolares, lo hago desde la mente, la indagación y la voluntad de sentir, experimentar, gozar y profundizar en una idea para ponerla en juego. “Ser o no ser, esa es la cuestión”.

El fundamento de la enseñanza del arte es SER, sintiendo, experimentando, jugando con los símbolos, creando, interpretando, y revisando constantemente el disfrute voluntario de hacer arte. El proceso de enseñanza/aprendizaje del arte requiere la vivencia de actos inacabados, donde el ser humano sienta la fragilidad y la incertidumbre de romper límites a través de la experiencia creativa.

Araño (1994) entiende el arte en un sentido educativo, “como una actividad humana consciente en la que el individuo se manifiesta plenamente capaz de intervenir y/u observar su contexto; como resultado de esta intervención reproduce cosas y/o ideas, manipula formas y/o ideas de modo creador, y/o expresa una experiencia”.

El proceso de enseñanza/aprendizaje del arte requiere la vivencia de actos inacabados, donde el ser humano sienta la fragilidad y la incertidumbre de romper límites a través de la experiencia creativa.

Uno de los primeros libros que llegaron a mis manos e introdujo en mi ejercicio docente la visión cognitiva de la Educación Artística fue “Arte, mente y cerebro”, de Howard Gardner (1994). En clase siempre subyacía la pregunta del “cómo se crea” y, específicamente, cómo mis estudiantes lograban inventar una imagen corporal, una secuencia coreográfica, etc., o  improvisar a partir de un tema, una pregunta o una emoción. En este sentido, Goodman, Gardner, Perkins y el Proyecto Zero de Harvard contribuyeron a generar un hacer pedagógico desde el vínculo cognitivo y sensible en el arte.

La experiencia artística en el contexto educativo suele considerarse creativa por naturaleza, pero a menudo se aplican didácticas puramente reproductivas, donde el profesor es el director de escena (es él quien propone o crea) o simplemente se repiten obras, coreografías y juegos de otros. Hacer arte no siempre es reproducir una canción compuesta por otro o aprender un baile que alguien ha coreografiado previamente; eso a veces solo es memorizar o seguir un procedimiento, no crear ni proponer un juego simbólico con intencionalidad expresiva.

Para Hanna Arendt (1993, p. 201) el concepto “acción” implica actuar, comenzar, tener iniciativa, gobernar. Proviene del griego “archein” o “comenzar”, y del latín “agere” o “poner algo en movimiento”. Por ello, viajar en el arte es ponerse en movimiento, pedalear con la imaginación, la ficción, la idea.

Hace algún tiempo, tras asistir a una representación teatral que reflejaba la situación política y social de nuestro país, un estudiante me preguntó: ¿”puede el arte transformarse en la memoria de un país sin memoria”? Yo diría que en nuestro país el arte puede ser memoria, pero una memoria crítica y reflexiva, no pasiva: hay que valorar el arte como una posibilidad para imaginar, entender perspectivas diversas y ampliar el panorama mental, de modo que el trayecto artístico contribuya a fortalecer la identidad de la persona.

La experiencia artística en el contexto educativo suele considerarse creativa por naturaleza, pero a menudo se aplican didácticas puramente reproductivas, donde el profesor es el director de escena (es él quien propone o crea) o simplemente se repiten obras, coreografías y juegos de otros.

Sin embargo, me pregunto si ese es el tipo de memoria artística que está prevaleciendo entre nuestros estudiantes, o más bien la que fomenta la televisión con sus historias de mafiosos y mujeres objetivizadas, por poner solo un ejemplo de nuestra sociedad actual que lamentablemente puede dejar una huella tan profunda como las verdaderas experiencias desestructurantes del arte.

En este sentido, ¿qué se está construyendo en los ambientes escolares con relación al arte?, ¿qué procesos estamos generando para desarrollar el pensamiento creativo y la sensibilidad del estudiante colombiano?

Las respuestas nos indicarían hacia dónde pedalea nuestra educación artística.

Referencias

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Profesora Asistente del Departamento de Formación de la Facultad de Educación de la Pontificia Universidad Javeriana
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Ángel Yesid Torres Bohórquez
Gran Maestro Premio Compartir 2014
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