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La educación de jóvenes en conflicto con la ley

La delincuencia juvenil involucra y refleja toda la problemática social, cultural y económica de un país, y sus relaciones con la escuela no pueden escamotearla ni aislarla.

Octubre 28, 2015
“He decidido ser lo que el delito ha hecho de mí”
Jean Genet

 

La delincuencia juvenil es un complejísimo problema cuyos orígenes pueden rastrearse a la falta de reconocimiento e invisibilización originada en las patologías de la sociedad contemporánea (clasismo, racismo, exclusión, descalificación, corrupción, segregación), las cuales hacen de sus jóvenes pobres y desarraigada. De igual forma, involucra desde partidos políticos que buscan apropiarse de sus banderas con el ingente presupuesto que estas conllevan, pasando por las entidades oficiales que, en muchos casos, no solo administran los recursos sino que ellas mismas son sus propias auditoras; hasta las instituciones encargadas de la reeducación y rehabilitación en las que predominan el desgreño y las limitaciones técnico-profesionales y la precariedad de sus locaciones y centros educativos[1].

En una sociedad del desprecio carcomida por la corrupción, la anomia y la exclusión, no debe resultar extraño que muchos jóvenes y niños busquen algún tipo de reconocimiento a través de la droga, la violencia o la transgresión cínica de la ley. Es sabido que, siguiendo a Axel Honneth, ante la ausencia, deformación o denegación de los patrones de reconocimiento positivo: la autoconfianza (construida a partir del amor de la familia), el autorespeto (construido con base en los derechos y deberes que lo acreditan como sujeto jurídico), y la solidaridad (promovida por la valoración y apreciación de la comunidad); se oponen unas formas de menosprecio atentatorias contra la identidad de los individuos: el maltrato corporal y la violación (que atenta contra la integridad física), la desposesión de derechos y  la exclusión (atenta contra la integridad social, lesiona las expectativas e inhibe la formación de juicios morales), y la negación del valor social del individuo o del grupo (atentatoria de la dignidad y el honor), no resulta difícil deducir que una persona formada en una sociedad del desprecio, oponga a los sentimientos morales afirmativos de agradecimiento, perdón y reconocimiento, los sentimientos reactivos de resentimiento, indignación y culpa que motivan venganzas y retaliaciones de todo tipo.


[1] Estas aseveraciones se realizan con base en las investigaciones del Observatorio del Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes (SRPA) de la Universidad Nacional y de los eventos que dicha entidad ha auspiciado para la discusión y denuncia de esta aguda problemática nacional.

Es probable que muy pocos discutan que la función principal de las instituciones sociales y morales sea la autorregulación del comportamiento humano, la cual se expresa mediante normas y reglas que, por principio, asumen un carácter obligatorio. En ese sentido, el mayor problema y tensión que presentan las instituciones sociales, es el del antagonismo y oposición que se da entre el libre albedrío del individuo y el determinismo homogeneizante que quieren imponer las instituciones. No obstante, a pesar del mandato que tenemos para autoobligarnos a actuar de acuerdo a una norma que ha sido “inventada” por alguien y considerada como “moral ideal” con un carácter fuertemente deontológico, nos posibilita un margen de libertad y elección de acatamiento o rechazo de esas normas dado que los hechos morales están soportados en suposiciones de objetividad en las que la experiencia moral cotidiana, la mayoría de veces, no encuentra ningún apoyo objetivo porque los seres humanos siempre podrán seguirse preguntando por el sentido de actuar de una u otra manera. Esta falta de fundamentación de la objetividad de los juicios y las normas morales lleva, en situaciones de vulnerabilidad y exclusión, a descreer y desacatar esa “moral ideal” que empíricamente no tiene ningún sustento, a todo aquel que pretende ponerse por encima de las instituciones dominantes.

En una sociedad del desprecio carcomida por la corrupción, la anomia y la exclusión, no debe resultar extraño que muchos jóvenes y niños busquen algún tipo de reconocimiento a través de la droga, la violencia o la transgresión cínica de la ley.

Entre las múltiples acepciones de la pedagogía social, se pueden retomar algunos propósitos tales como los que involucran a los diversos soportes afectivos y simbólicos (familia, pares, parejas, músicas, adscripciones identitarias, etc), capaces de transmitir un anclaje existencial, sin perder de vista que estos están condicionados por las desigualdades sociales más que por el grado de reflexividad misma de los individuos.

¿Qué puede hacer la escuela frente a un problema no sólo estructural de la sociedad sino propio de la condición biográfica excluida y proscrita, máxime si se reconoce que no tiene tiempo, ni medios, ni profesionales preparados para ocuparse de estos jóvenes en “situación vulnerable”? Entre las múltiples acepciones de la pedagogía social, se pueden retomar algunos propósitos tales como los que involucran a los diversos soportes afectivos y simbólicos (familia, pares, parejas, músicas, adscripciones identitarias, etc), capaces de transmitir un anclaje existencial, sin perder de vista que estos están condicionados por las desigualdades sociales más que por el grado de reflexividad misma de los individuos. Se trata de dar consistencia a las trayectorias vitales de los estudiantes reconociendo sus demandas individuales y colectivas, para determinar el rumbo que debe asumir una sociedad educadora cuyo principio fundamental sea la dignidad y el valor de las personas. La adopción de un punto de vista individual en la enseñanza, posibilita que el o la estudiante tienda a perseguir objetivos que refuerzan o satisfacen sus demandas individuales, y más allá de plegarse a normas equívocas y subjetivas, los configure como actores sociales.

Por tanto, más que homogeneizar las existencias de los y las estudiantes vulnerables en conflicto con la ley, de lo que se trata es de entender las posiciones intersticiales que se entretejen por fuera de lo instituido y que, por supuesto, no anula la importancia que les cabe a las causas estructurales, pero le posibilita a la escuela funcionar como un amortiguador social y, alcanzar de esa forma, el objetivo principal de la pedagogía social: desarrollar la sociedad a través de la educación.

 

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Doctor en Educación. Magíster en Sociología de la Educación
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Jesús Samuel Orozco Tróchez
Gran Maestro Premio Compartir 2005
Senté las bases firmes para construir una nueva escuela rural donde antes solo había tierra árida y conocimientos perdidos.