Usted está aquí
La política educativa como apuesta social
La intencionalidad de la educación es inherente a la política educativa, siempre avocada a la disyuntiva de direccionar y dirigir el aprendizaje por medio del cual los individuos se incorporan a la sociedad.
La Política educativa entendida como selección y adaptación de los fines sociales, que delega en la educación la salvaguarda del conocimiento, -máxima expresión de la herencia cultural de la humanidad-, ha estado presente, desde las primeras sociedades que han educado a sus miembros, hasta nuestros días. Como ejecutora de responsabilidades sociales compartidas, incorpora al individuo a la esfera pública, en la que finalmente se concretan las elecciones educativas, a las que apuesta cada sociedad.
A través del tiempo, las sociedades han definido sus distintas concepciones educativas basadas en los fines de la educación, que en cabeza del estado, concretan el ideal de hombre, y expresan los consensos en torno al esfuerzo social con miras a alcanzarlo.
Así concebida, la política educativa obedece a lo que cada sociedad, construye y elabora, colocando las piedras que erigirán el edificio de su proyecto educativo, a partir de lo que piensa, es el ideal de hombre y el tipo de educación necesaria para alcanzarlo.
Pero estos cimientos no se forjan espontáneamente en los plácidos sueños que descansan en las mentes más lúcidas, la de algunos afortunados hombres, -sean estos filósofos, jefes de estado, o funcionarios de gobierno- a los que les ha correspondido pensar un tipo ideal de educación, de modelo educativo, de ciudadano, pues aun cuando algunos pocos sean sus determinadores, sus fines se enuncian como expresión de la construcción ontológica social.
Por tanto, la intencionalidad de la educación, es inherente a la política educativa, siempre avocada a la disyuntiva de direccionar y dirigir el aprendizaje, por medio del cual los individuos se incorporan a la sociedad.
Tal como la educación no puede estar separada de un fin, que hunde sus raíces en las corrientes de pensamiento filosófico, tampoco lo está de la política educativa, que señala cómo alcanzarlo, y se proyecta en la definición de los aprendizajes necesarios para la vida social del hombre.
Más que una respuesta, pensada y definida socialmente, acerca de la educación como posibilitadora de las grandes transformaciones ontológicas, la política educativa es una elección sui generis, que se mueve primero, en el plano de la conciencia, pues la intencionalidad con la que se fijen algunos derroteros, considerados necesarios para dirigir los fines del grupo social, no podría cobrar vida y emitir su voz, si de hecho sus pies no caminan primero en el terreno de las contrastaciones y definiciones de lo que debe ser ese hombre y sociedad ideal, que la educación enuncia y la política educativa direcciona, pero que no solo obedece a un campo estrictamente político, orientado desde unas necesidades sociales, ¿Qué relación tendría, en ultimas, las corrientes de pensamiento, con la definición de unas plataformas de acción políticas con destino al campo educativo?
Para hallar esta respuesta, es necesario abordar desde la historia de la pedagogía, las concepciones que subyacen a toda política educativa, volviendo la mirada a las intencionalidades educativas, presentes en las sociedades a través del tiempo, con el fin de establecer su verdadero significado, por lo cual se requiere revisar algunos presupuestos que la tradición sociológica da por sentado, y es que ligado a los fines de la educación, la política educativa surge para reducir la desigualdad existente entre los distintos grupos, sectores y sujetos destinatarios del acto educativo, direccionando el derrotero hacia el cual la educación debe marchar.
Pero en su papel de direccionador y delegatario de los consensos, el estado no sólo dirige la educación, como instrumento del progreso social, si no también selecciona los aprendizajes, que se deberán reproducir en la escuela, aquellos que la escuela deberá garantizar, si quiere alcanzar el éxito, y aquellos que no se consideran necesarios, porque quedan por fuera de su ámbito de acción, o por que asumirlos, es una empresa demasiado ambigua, por no decir etérea, pues cuando la tradición filosófica de la educación, ha emitido un ensordecedor silencio sobre aspectos tan cruciales, ha dicho que la educación de los sentimientos, la autonomía basada en la voluntad orientada al cultivo del ser, el bien, el afecto, no son aspectos esenciales a la educación escolarizada, lo que ha dicho es que la escuela no está llamada ni política ni socialmente, a sumir la formación, instrucción, enseñanza, que corresponde al ámbito de la conciencia individual, en otras palabras, que la escuela es educadora social, pero no educadora moral del hombre que conforma esa sociedad: este ha sido el mayor contrasentido del que ha sido testigo la propia educación.
La validez de esa marcada tendencia a privilegiar determinados aprendizajes, los de la razón y el conocimiento por encima de los del ser, no solo, ha sido resultado de la dinámica de conformación histórica de los sistemas educativos, que han decidido los límites y fronteras en los cuales, se moverá la educación escolarizada, mucho ha tenido que ver la filosofía de la educación, cuando ha abogado por una u otra concepción educativa, y con ello han fundamentado el ámbito de acción que desde lo público, se convierte en plataforma de acción.
La política educativa como campo susceptible de estudio requiere, entonces, del abordaje epistémico desde el aprendizaje, pues todas las aportaciones teóricas, los fundamentos conceptuales, las investigaciones, y los métodos que la sustentan, carecerían de validez, si ellos no se nutren, no se encauzan, y no se dirigen al aprendizaje, como la esencia de la educación misma.
Puesto que el conocimiento se asume como sinónimo de acceso a la cultura y el progreso, siendo el eje de las grandes transformaciones humanas, habría que plantearse cómo se concibe éste, en función de valor indicativo de la cohesión social, que permite a las sociedades y los pueblos, existir y conservarse, a partir de la salvaguarda de su patrimonio ontológico y moral.
Si la educación está llamada a la consecución del bien, en la vida social y moral del hombre, como respuesta a su necesidad de trascendencia, y a la armónica convivencia con los congéneres, a esta última está llamada a apostarle la política educativa.
- 631 lecturas