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Mis cinco maestros
Sergio Fajardo, sin duda es uno de los líderes más carismáticos del país y esto en gran parte es gracias a la enseñanza que recibió de sus maestros.
Don Manuel fue mi profesor en tercero de primaria. Usaba sombrero, era casi albino y, sobre todo, era furioso. Mis compañeros lo miraban con terror. En silencio, a mí me gustaba. La forma como enseñaba me producía una emoción especial. Aprendí que, detrás de las apariencias, la esencia en las relaciones entre maestro y alumno es convertirse en cómplices.
Don Ómar dictaba álgebra en bachillerato. Para él, cada nueva idea y toda ecuación eran motivo de alegría. Con paciencia ingeniaba una nueva explicación cuando veía las caras angustiadas de los que no entendían. Comprendí que ser maestro es una vocación y que el secreto consiste en que los alumnos descubran, con el maestro, el verdadero sentido de esa vocación.
Saúl apareció apenas cumplí catorce años y me presentó otros mundos: el de la música clásica, el del cine, el de la filosofía, a Nietzsche y a Borges. Abrió una ventana que casi nunca vemos o ya es tarde cuando la encontramos: la esencia del espíritu humano es su capacidad de soñar y ser libre, para poder crear, sin límites. Fue quien me sugirió estudiar matemáticas. Al graduarme, lo resumió todo en una frase. "Para que la vida tenga sentido, sólo hay dos opciones: ser sabio o ser santo".
Xavier Caicedo es un matemático a carta cabal. Lo conocí en la universidad. Fue la primera persona que me enseñó el sentido de descubrir, en matemáticas, la belleza y la elegancia de las demostraciones más complejas, el placer de la curiosidad, esencial para quien pretenda ser científico. Muy rara vez sonreía, como si estuviera en la misión más trascendental del universo. Una mezcla maravillosa de pasión e inteligencia.
H. Jerome Keisler fue mi director de tesis de doctorado. Juntos escribimos un libro y varios artículos de investigación en el tema que más me ha gustado: la combinación de la lógica y la probabilidad. Cuando leí el primer artículo escrito por él, quedé enganchado: la elegancia y la profundidad matemática en la expresión más alta. Una persona generosa que sabía trabajar con cualquier estudiante, con cada uno de acuerdo con sus condiciones, que nunca nos hacía sentir su inmensa superioridad matemática y disfrutaba con los logros que obteníamos. Un ser humano maravilloso, con quien tuve la fortuna de trabajar y quien, con certeza, a esta hora debe estar demostrando un nuevo teorema.
Después de tantos años, ni sabio ni santo, y para siempre con el recuerdo inolvidable de mis maestros.
Sergio Fajardo V.
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