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Paredes Amarillas
Añoro volver a levantar la mano en un salón de clase y deseo dejar de preocuparme por encontrar la mano virtual de Zoom para participar.
Pasar de twittear un par de veces a escribir qué sentí al volver a la universidad me pareció bastante retador. No por el hecho mismo de escribir, sino por la dificultad de relatar en pocas palabras lo que más me gustó de regresar.
En principio, les puedo asegurar que el jueves antes de volver me sentía como una primípara, con menos miedo, pero con la emoción intacta. Esta vez, por habitar esos espacios que había apropiado desde hacía un par de años. Mi único deseo en la mañana del viernes era llegar a mi silla favorita de la biblioteca. ¿Para qué? Para sentarme a escuchar una clase virtual en el silencio y tranquilidad que me habían acompañado durante toda la carrera y que, por los últimos meses, había tenido que abandonar.
No se alcanzan a imaginar la dicha que sentí cuando las paredes amarillas del primer piso de la biblioteca eran el fondo de mi pantalla. En ese momento, me pude concentrar completamente y por primera vez, en lo que llevaba de vida virtual, me sentí cómoda con la clase por Zoom. Sé que pensarán que no tiene sentido que un par de paredes lleguen a impactar en esa dimensión, pero les aseguro que cuando uno lleva más de 4 años utilizando la misma silla y mesa, entre las seis de la mañana y las nueve de la noche. Ese lugar se vuelve sinónimo de inspiración y, sobretodo, de atención.
Claro está, que hasta ahí va la parte académica e inspiradora de mi historia, porque en lo que respecta a mi tiempo libre en la universidad, les puedo asegurar que fue un fracaso. Si antes los “huecos” eran para comer y leer un poco para la clase que seguía, ahora, solo implicaban procrastinar en su máxima expresión. No solo porque no tenía ganas de estudiar, sino porque durar casi un año sin ver a mis amigos en persona, era sinónimo de adelantar todos los chismes que por Facetime o Zoom no se habían podido terminar. Por lo que ese mismo día entendí que si mi objetivo era ser productiva durante la semana, la ironía de la vida me estaba mostrando que lo tendría que ser en el escritorio de mi cuarto, porque la universidad se convertiría, en esta realidad, en mi mejor espacio de ocio.
Al finalizar la tarde, ya sintiendo el frio y el cansancio que trae consigo estudiar en la universidad de las mil escaleras, me sentí feliz. Me di cuenta de que, aunque mis últimos tres semestres de materias los había tenido que vivir como nunca me lo imaginé: sola, en mi cuarto y creando monólogos interminables, volver a mi segundo hogar me llenaba de motivación. Porque para alguien como yo, que habla hasta por los codos, el silencio es toda una lucha. Ese día me quedó claro que, aunque no extraño las madrugadas tortuosas, las caminatas mañaneras con el frio agobiante del centro de Bogotá, ni las clases de 6:30 a.m. en la universidad, extraño la experiencia universitaria tal cual como la conocí.
Es por ello que hoy, mientras escribo añoro volver a levantar la mano en un salón de clase y hacer preguntas con las miradas de mis compañeros puestas en mí, deseo dejar de preocuparme por encontrar la mano virtual de Zoom para participar. Me sueño revisando mi horario para encontrar el siguiente salón de clases y no el calendario de mi computador para buscar el enlace de Teams o Zoom. De vez en cuando, hasta extraño las caminatas de 20 minutos intentando subir desde la estación de Universidades de TransMilenio (transporte público de Bogotá, Colombia) hasta los edificios cercanos a la Media Torta.
Pero sin temor a dudas, lo que más extraño es compartir todo el día con mis amigos, tanto dentro como fuera del aula. Porque para mí, no habrá plan en casa que reemplace las tardes de celebración o tristeza en los alrededores de la universidad, después de un parcial. Así, que si me preguntan hoy qué me gusta más, les puedo asegurar que solo responderé virtualidad si me levanto un lunes y escucho lluvia. Porque solo en ese escenario, mi cama y mi cuarto serán los mejores lugares para vivir una experiencia universitaria maravillosa.
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