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La asombrosa e increíble historia de un lavamanos y un tapete

Los maestros sabemos la importancia del regreso a clases presenciales. Estas generaciones pagarán la inoperancia de los burócratas que manejan la educación y su retórica que desconoce la realidad.

Diciembre 16, 2020

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Antes de contarles la historia del lavamanos y el tapete, tenemos que contextualizar un poco el relato para comprender mejor el grado de asombro que se manifiesta en el título de este artículo.

Cuando solicité mi traslado desde un colegio urbano al área rural, descubrí un nuevo mundo; ese cambio permitió ver otra de las caras de lo que implica educar en Colombia; a 15 minutos de la cabecera municipal de una ciudad intermedia y una de las ciudades más importantes de Boyacá, vine a comprobar directamente la situación en la que se encuentra la escuela rural, seguramente, similar a otras en el resto del país.

En ese entonces, el director de la escuela, era un profe dedicado por completo a la gestión y, debe reconocerse ahora, en estos momentos, en los que la pandemia ha impuesto el desafío del retorno a las aulas, y mientras las cifras de muertos por el virus, evidencia, nuevamente, la ineptitud de la clase política: personajes que por andar regocijados en la violencia y en la corrupción, son incapaces de edificar un proyecto de nación en el que la vida de todos sea valiosa: con casi 200 muertos al día, en promedio, pronto vamos a sobrepasar los 40 mil muertos por el virus. Estas cifras tendrían que resultar aterradoras, pero hacen parte de la fauna de acontecimientos sin importancia en el país de las telenovelas y de las masacres.

Lo cierto es que la pandemia desnudó el atraso en infraestructura en muchos colegios del país, especialmente en la periferia y en las áreas rurales. Sin agua, sin baños, sin recolección de residuos; sin espacios adecuados para la movilización (lo que implicaría que no se puede mantener el distanciamiento necesario); con salones tan pequeños que, aunque haya pocos estudiantes, mantendrán el hacinamiento.

En ese entonces, el director, el profe Emiro Méndez, logró adecuar una de las sedes para dignificar a los niños de primaria de ese sector, pero hoy en día está abandonada porque los habitantes de la vereda preferían enviar a sus hijos a estudiar a la ciudad, sin contar además con que el campo se queda sin gente; al final la escuela tuvo que cerrarse.

Lo mismo había sucedido con la sede más lejana, décadas atrás; hoy en día es una edificación fantasma a la vera del camino al páramo, sin los niños corriendo por ahí. Emiro, en la sede central, logró gestionar con algunas cooperativas la construcción de salones y luego dio la batalla para que abrieran los grados de 10° y 11°, aún en contra de los dictámenes de los “especialistas de turno” (ya van tres promociones de bachilleres); sin embargo, lo más sorprendente es que nunca le delegó su trabajo a los demás y logró gestionar con estas corporaciones la donación de instrumentos musicales, lo que permitió que uno de los profes pilos de primaria del colegio comenzara a dar clases de música a los estudiantes de bachillerato.

Lo que se concluye a estas alturas de la reflexión es que un directivo líder, hace de la gestión uno de los elementos fundamentales de su quehacer como cabeza de una institución educativa, abandonada a la deriva de la limitada visión de personajes de turno en el vaivén político de las ciudades. Por supuesto, no todo era perfecto, hacían falta cosas, pero con la dinámica que se traía, seguramente se hubieran podido adelantar más procesos que permitieran dar todas las clases como se debe y respaldando los proyectos desatacados en el plantel. Pero a estas alturas de la reflexión, vamos a cambiar de escenario para poder comprender mejor la increíble y asombrosa historia del lavamanos y el tapete.

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Natalia vive en la vereda; allí nacieron sus abuelos y sus padres y allí estudió todo su bachillerato. Era una de las expositoras más destacadas en nuestro proyecto Mnemósine. Lograba exponer el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica sobre El Placer (Putumayo), de una manera tan rigurosa que quien la escuchaba, no tenía más remedio que conmoverse e indignarse. Pero había otra faceta de Natalia que encantaba: era quizás una de las mejores jugadoras de microfútbol de Boyacá. En el equipo estaban Karen, Valentina, Angie, Paula y las gemelas, Adriana y Brigitte.  Era genial verlas jugar; sin embargo, Natalia tenía un halo que combinaba técnica y estética. Ese balón era parte de su pie, no se le despegaba, y pateaba al arco con un estilo que en verdad lograba emocionar… Esto lo sé porque para completar mi carga laboral tenía que dar clases de educación física y de proyectos pedagógicos productivos: jugábamos, entrenábamos, sembrábamos lechugas y estudiábamos desde la ética y las ciencias sociales, lo que ha sido y lo que podría ser este país. A pesar de todo el ruido que rodea la Escuela, con sus expertos educativos y sus mediocridades pontificando en los salones o detrás de un escritorio, conseguíamos que los espacios que compartíamos se hicieran con rigor y con ética. Se dimensionó la importancia del deporte como componente fundamental de una educación integral, y desde el contacto con la tierra, pensábamos el mundo.

Hasta que un día… (sí, porque todo se acaba, nada es para siempre), llegaron otros tantos expertos a decir que el muro que estaba detrás de una de las canchas había que tumbarlo porque era inseguro –era cierto, se movía-; eso sí, antes se comprometieron a que levantarían el muro adecuado, en el menor tiempo posible; incluso con varios estudiantes hicimos el ejercicio de limpiar de cemento los ladrillos… Sin embargo, hasta el día de hoy, más de 6 años después, no hay muro.

Ustedes se preguntarán por el problema ¿por qué era necesario el muro?… y su imaginación seguramente ya estará dándoles respuestas: ¿Un abismo insondable? No, pero casi. ¿Un dragón o unos perros bravos? No, pero casi ¿Los frágiles vidrios de un salón? No, pero Casi… Pues resulta que detrás de ese muro está la cerca de la tía Victoria, un conglomerado de alambre de púas con plantas espinosas y pasto y el justificado mal genio de la señora cada vez que un balón iba a dar a la cerca, o si traspasaba la cerca y se adentraba en sus predios lleno de flores y cosas susceptibles de romperse con un balonazo. Éramos afortunados si Rosita, la sobrina, nos hacía el favor de ir por el balón, pero eso costaba onces, y rodillas lastimadas de tanto rogarle a Rosita para que intercediera por nosotros con la tía.

Solo fue cuestión de tiempo y los pocos balones que compraba Emiro se pincharon; había ocasiones en las que no duraban ni 5 minutos de juego, ni porque ahora se jugara en cámara lenta y con toques suaves; algo pasaba y a la cerca el balón y las espinas haciéndonos entender la fragilidad del mundo. Hacemos cuentas y alguien nos debe unos 200 balones por lo menos…y a mí tres balones de microfútbol y 2 balones de baloncesto, ¡Spalding!  Un día se fue Emiro (ya saben, las miserablezas que rodean a la política) … y seguíamos sin muro. Entonces pasé un derecho de petición exigiendo que repusieran la pared y respondieron que en agosto lo construirían; eso sí tal vez se equivocaron de año… porque los agostos pasan y siguen pasando y nada.

Si existiera justicia los encargados de la administración municipal tendrían que pagarnos los balones que se han pinchado. Cada tanto hacemos vaca entre todos y compramos balones; a veces otros los traen de sus casas, y los traen nuevos y se van pinchados… Por supuesto que se puede jugar así pero no es lo mismo. Cambiamos de ejercicio, baloncesto o voleibol, pero vuelve y juega, esas perversas espinas cumplen bien la función de odiar las formas esféricas.

 Y aquí es a donde queremos llegar… Si hace más de 5 años y no han logrado levantar un muro detrás de una cancha, y si hace más de 6 años (desde que estoy en la Escuela), no han sido capaces de ponerle un poquito de atención a tantos problemas de infraestructura, que, POR AHORA, me abstengo de enumerar aquí… Pues lo que se viene en asuntos de bioseguridad es cuando menos, preocupante, y sobre todo teniendo en cuenta el rigor y el cuidado que requiere la tan temida y exigida alternancia.

En una reunión por meet, la rectora nos ha informado que, del dinero girado por el gobierno a la ciudad, y teniendo en cuenta el número de estudiantes, a nuestro colegio rural le corresponden un lavamanos y un tapete. ¡PLOP!

Qué genios estos encargados… Y ni siquiera, luego de un año de educación remota, ha sido posible que lleguen ese lavamanos y ese tapete. Imagino que ese tapete tendremos que dividirlo entre 11 para que cada uno de los salones tenga un pedazo… y ese lavamanos tendrá que ser ubicado en un sitio estratégico para optimizar su uso. Bueno, si es que llegan este par de elementos algún día.

Mientras, continuamos el pregón por una cancha que permita que las Natalias del mañana entrenen de la manera adecuada; en un país decente, este tipo de estudiantes serían reclutadas para equipos regionales, nacionales o internacionales, pero andamos muy ocupados odiándonos y viendo TV, mientras se desaparece el presupuesto. 

Los maestros somos conscientes de la importancia del regreso a clases presenciales, porque sabemos que estas generaciones pagarán la inoperancia de estos burócratas que manejan la educación y su retórica despreocupada e irresponsable que desconoce la realidad de las escuelas de Colombia… sin embargo, el problema es que aunque suene increíble, a los maestros también nos preocupan los contagios en escuelas y colegios sin las condiciones de infraestructura adecuadas para cuidar la salud de los estudiantes, de sus familias y nuestra salud y la de nuestras familias, y en esa oscilación sobrevivir es la premisa; sobrevivir es el propósito principal en un país en el que se naturalizó la estúpida creencia según la cual la vida de los demás no vale nada. Ahí nos vemos.

Pd: Queremos agradecer a Johana Isabel Montes estudiante en el Doctorado en Comunicación de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), quien hace algunos meses estuvo en Boyacá y pasó por la IE Quebrada de Becerras (QUEBEC) investigando sobre la Cátedra de la Paz, y quien reconoce el esfuerzo que hacemos desde las aulas mientras se aviva nuevamente el conflicto.

Pueden leer el artículo en el siguiente link: 

https://fadeccos.org/revista/index.php/rac/article/view/64
https://fadeccos.org/revista/index.php/rac/issue/current

 


Imagen cottonbro en Pexels
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad estricta del autor.
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Escrito por
Docente Licenciado en Ciencias Sociales, magíster en Historia y doctorando en Lenguaje y Cultura en la UPTC. Profesor del colegio Quebec y catedrático de la UPTC Duitama
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María Del Rosario Cubides Reyes
Gran Maestra Premio Compartir 2006
Desarrollé una fórmula química que permitió a los alumnos combinar los elementos claves para fundir la ciencia con su vida cotidiana sin confundir los enlaces para su futuro.