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Tantos maestros…
Abel Castellanos fue el maestro que enseñó a Rudolf Hommes a reconocer lo que tenìa que defender y cómo funcionaba la democracia en Colombia
Me cuesta trabajo destacar a uno solo de mis profesores. Están Elsa Hollman y la señora Rodríguez, profesoras de castellano de la primaria. La doctora Richter, profesora de latín, se tomó el trabajo de enseñarnos a bailar los sábados por la tarde. Otros alemanes del Colegio Andino, Madlener, Bernhardt, Wieser y Konder, poseían una gran calidad humana.
Yerli utilizaba métodos extremos para que sus estudiantes de la Universidad de los Andes aprendieran cálculo. Con John van Gigch escribí mi primera publicación en California. En la Universidad de Massachusetts Amherst (Umass), Bill Bibliovicz me hizo interesar, en 1970, por la percepción subjetiva de probabilidades y de riesgos, y por sus efectos. Pao Cheng sostenía que lo que le sucede a uno en un momento solamente se puede juzgar en el contexto de toda la vida, y que por eso no vale la pena preocuparse sino por mantener abiertas las opciones. Kenan Sahin me hizo caer en cuenta que “la caída” de Constantinopla también era la “victoria” de Estambul.
Pero al que quisiera darle las gracias por haber enseñado, en un colegio alemán, recién pasada la segunda guerra, cómo podía funcionar la democracia en Colombia y lo que teníamos que defender, es a Abel Castellanos, profesor de castellano y de cívica, a quien los estudiantes llamábamos Michín. Le tenía una enorme aversión al gerundio y a las frases de cajón. No toleraba el plagio ni la informalidad. Les otorgaba singular importancia a los derechos, en especial al de Habeas corpus, porque “Señor, ¿qué tal que el preso fuera usted?”.
Rudolf Hommes
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