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¿Por qué no han existido grandes mujeres artistas?

La crítica feminista, al poner de manifiesto el fracaso de mucho de lo realizado, descubre, su arrogancia e ingenuidad al tomar en cuenta el sistema de valores no reconocido.

Julio 18, 2019

Aunque el reciente brote de actividad feminista en Estados Unidos ha sido efectivamente liberador, su fuerza ha sido predominantemente emocional —personal, psicológica y subjetiva— y, al igual que los otros movimientos radicales con los que se relaciona, se ha centrado en el presente y en sus necesidades inmediatas y no en el análisis histórico de las cuestiones intelectuales básicas que el ataque feminista al statu quo saca automáticamente a colación.

Sin embargo, como cualquier revolución, la feminista debe confrontar, en última instancia, las bases intelectuales e ideológicas de las diversas disciplinas académicas o intelectuales —historia, filosofía, sociología, sicología, etc., — de la misma manera que cuestiona las ideologías de las instituciones sociales de la actualidad. Si acaso, como propuso John Stuart Mill, nos inclinamos a aceptar como algo natural lo que es, entonces esto resulta igualmente cierto en el campo de la investigación académica como en el de nuestros arreglos sociales.

Previamente, deben también cuestionarse las suposiciones “naturales” y deben ser sacadas a la luz las bases míticas de gran parte de los así llamados hechos. Y es en este punto donde la mismísima posición de la mujer como una reconocida intrusa, la “ella” disidente y no de la presunta “uno” neutral —en realidad la postura del hombre blanco aceptada como neutral o el oculto “él” como sujeto de todo predicado académico—, es una franca ventaja y no solamente un escollo o distorsión subjetiva.

En el campo de la historia del arte, el punto de vista del hombre blanco occidental, inconscientemente aceptado como el punto de vista del historiador del arte, puede resultar y resulta de hecho, inadecuado no solamente al considerar cuestiones morales y éticas o por su elitismo, sino por razones únicamente intelectuales.

La crítica feminista, al poner de manifiesto el fracaso de mucho de lo realizado, desde la academia, en historia del arte y de gran parte de la historia en general, descubre, al mismo tiempo, su arrogancia conceptual y su ingenuidad metahistórica al tomar en cuenta el sistema de valores no reconocido y la presencia misma de un intruso en la investigación histórica.

En un momento en que todas las disciplinas adquieren más conciencia de sí mismas y de la naturaleza de sus suposiciones, tal y como se manifiestan en los lenguajes mismos y en las estructuras de los diversos campos académicos, la aceptación sin crítica de “lo que es” como “natural” puede resultar intelectualmente fatal.

De la misma manera en que Mill consideró la dominación masculina como una de una larga serie de injusticias sociales que debían ser superadas si hubiese de crearse un orden social realmente justo, podemos considerar la tácita dominación de la subjetividad del hombre blanco como una en una serie de distorsiones intelectuales que deben ser corregidas para lograr alcanzar una visión más adecuada y precisa de las situaciones históricas.

Es el intelecto feminista comprometido (como el de John Stuart Mill) el que puede traspasar las limitaciones culturales ideológicas de la época y de su “profesionalismo” específico para descubrir los prejuicios e insuficiencias, no sólo al confrontar el asunto de las mujeres, sino en la forma misma de plantear las preguntas cruciales de la disciplina como un todo.

De esta manera, la así llamada cuestión de las mujeres, lejos de ser un asunto menor, periférico, risiblemente provinciano y enganchado a una disciplina seria y establecida, puede convertirse en un catalizador, en un instrumento intelectual que explora las suposiciones básicas y “naturales” proporcionando un paradigma para otro tipo de cuestionamiento interno y, a la vez, vínculos con paradigmas establecidos por aproximaciones radicales en otros campos.

Incluso una pregunta simple como: “¿Por qué no han existido grandes artistas mujeres?”, puede, si se responde adecuadamente, crear una especie de reacción en cadena que se expande, abarcando no sólo las suposiciones aceptadas del campo en particular, sino también, hacia afuera, la historia y las ciencias sociales, aun la sicología y la literatura. Por ende, desde su inicio, puede impugnar la suposición de que las divisiones tradicionales de la investigación intelectual siguen siendo adecuadas para confrontar los asuntos significativos de nuestro tiempo y no únicamente los convenientes o autogenerados.

Examinemos, por ejemplo, las implicaciones de ese asunto eterno (se puede, por supuesto, sustituir casi cualquier campo de la actividad humana con cambios adecuados en la paráfrasis): “Bien, si las mujeres realmente son iguales a los hombres, entonces, ¿por qué nunca han existido grandes artistas mujeres (o compositoras o matemáticas o filósofas, o tan pocas)?”.

 “¿Por qué nunca han existido grandes artistas mujeres?” La pregunta clama reprochando desde el fondo de la mayoría de las discusiones en torno a la llamada cuestión de las mujeres. Sin embargo, al igual que tantas otras cuestiones relacionadas con la “controversia” feminista, ésta falsifica la naturaleza del asunto, al tiempo que, insidiosamente, ofrece su propia respuesta: “No han existido grandes artistas mujeres porque las mujeres son incapaces de llegar a la grandeza.”

Los supuestos tras la pregunta varían en rango y sofisticación. Van desde las demostraciones “científicamente comprobadas” de la incapacidad de los seres humanos con útero, en vez de pene, de crear cualquier cosa significativa, hasta un asombro relativamente abierto ante el hecho de que las mujeres, a pesar de tantos años de ser casi iguales —y, después de todo, muchos hombres han tenido sus desventajas también—, aún no han logrado nada especialmente significativo en el campo de las artes visuales.

La primera reacción feminista es tragarse la carnada con todo y anzuelo, línea y flotador e intentar responder a la pregunta tal y como está planteada. Es decir, evocando ejemplos de mujeres artistas notables, o no lo suficientemente apreciadas a lo largo de la historia y rehabilitando carreras interesantes y productivas, aunque modestas, para “redescubrir” a olvidadas pintoras de flores o seguidoras de David y defenderlas o demostrar que Berthe Morisot, en realidad, era menos dependiente de Manet de lo que se nos ha hecho pensar. En otras palabras, la primera reacción feminista es involucrarse en la actividad normal del académico especialista que defiende la importancia de su propio, menor o descuidado, tema de investigación.

Lea el contenido original en el Blog de Libreta de Bocetos.

 


Photo by Laura Stanley from Pexels

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Escrito por
Historiadora del arte estadounidense.
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Laura María Pineda
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